Imagínense la presión, incluso para el mejor del planeta. Un 1 de noviembre como hoy, en 1981, el Monumental del Río de la Plata estaba a reventar para el inigualable y enésimo superclásico River-Boca, por el Campeonato Nacional argentino. Las piernas ya pesan mucho: pasan unos segundos sobre el minuto 90 de un partido disputado en un día porteño de calor y humedad. Pese a que Diego Armando ha marcado de falta, River va 2-1 arriba, y el reloj agoniza.
Entonces, al árbitro Nitti no se deja amedrentar por el volcán y señala penalti a favor del visitante, cometido por el retornado Kempes sobre Brindisi. Lo clásico: unos casi celebran, otros protestan. Un muchacho de 21 años, de apellido Maradona –el lanzador de Boca, claro-, tiene tiempo de rumiar la trascendencia de su próximo tiro durante casi dos minutos que se hacen eternos, mientras el colegiado echa a todos del área.
Y además, Nitti hace algo no tan común. Primero habla con el portero Fillol, después con el ‘Pibe de Oro’ y, antes de pitar para que el ‘10’ lance, mira al resto y ejecuta un gesto de mímica inequívoca: en cuanto dispare, se acabó el encuentro. Ni un segundo más.
Maradona tiene delante al ‘1’ de la Selección campeona del mundo, uno de los parapenaltis por antonomasia del fútbol argentino, y sabe que caer derrotado o no en tierra hostil depende de su bota izquierda. Pero esa rara vez falla: engaña al arquero y le pega más fuerte de lo normal en él, estableciendo el 2-2 sobre la bocina.
P.D. La enciclopedia ‘Maradona, obras completas’ recoge un sinfín de pasajes de la carrera del ‘10’, como este mismo. Si te interesa hacerte con una, escríbenos: