‘D10s’ regresa al River-Boca

Enzo y Diego.

El superclásico del fútbol argentino recuperaba estandarte hoy hace 24 años, el 26 de noviembre de 1995. El último Maradona se batía en su última etapa profesional, de vuelta a Boca Juniors, con el reto de volver a hacerle campeón. Su único año anterior en Boca (1981) se saldó con un título Metropolitano –la liga de entonces- y cuatro Boca-River disputados, con cinco goles maradonianos. 14 años y 25 días después, volvía a jugar el partido de los partidos de su país.

Si Argentina entera se detiene a la hora del superclásico, qué decir de aquel choque de gigantes en el Monumental, correspondiente a la jornada número 16 (de 19 totales) del Torneo Apertura ‘95. Boca iba líder pero Vélez acechaba cerca; River no tenía ya nada que hacer, pero contaba con un equipazo (Francescoli, Ortega, Gallardo…) y ganas lógicas de que su enemigo máximo no triunfase.

Y por supuesto, Maradona. A la escuadra de los amores del ‘Pibe de Oro’ se le habían resistido mucho los títulos desde su marcha en 1982. Apenas estuvo un año en ‘La mitad más uno’, pero sus proezas técnicas, su identificación absoluta con la camiseta y la posterior escasez de alegrías en casa ‘bostera’ hacían recordar aquella temporada como un lejano paraíso. Había tenido a River enfrente otras dos veces, en sendos amistosos (en el 82 aún con Boca, en el 84 con el Napoli). Pero esto era otra cosa: el redentor había vuelto, incluido el guiño de su amarilla franja en el pelo.

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Y, por si fuera poco, el entrenador de enfrente se llamaba Ramón Díaz. Retirado como futbolista meses antes en Japón, el ex amigo juvenil del crack ya se había hecho con el timón del banquillo ‘millonario’, un barco al que llevaría muy lejos. Hacía años que no se hablaba con Diego Armando, al que acusaba de haber vetado de la Selección (el ‘10’ siempre lo negó).

Y, por si no bastase aún, los malditos rumores. Días antes del duelo, Maradona había tenido que desmentir con fiereza que hubiera dado positivo en otro control antidoping. Era falso pero, medio deprimido y medio iracundo, desapareció durante un tiempo de la vida pública, sin mucha explicación. Volvió, eso sí, para el partidazo: era el capitán, no podía faltar.

¿El fútbol en sí? Muy poquito (0-0). Como pasa a menudo, las expectativas sepultaron un mano a mano cargado de prudencia y nervios. Diego le puso ganas y gotas de calidad, e intentó decidir, pero no lo consiguió. Vélez se colocó a dos puntos de los ‘xeneizes’. El título del retorno maradoniano parecía hecho, pero la realidad empezaba a torcerse.

P.D. La enciclopedia ‘Maradona, obras completas’ recoge un sinfín de pasajes y datos acerca de la carrera del ‘10’, como los que acabas de leer. Si te interesa hacerte con una, escríbenos:

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Penalti y se acabó

Imagínense la presión, incluso para el mejor del planeta. Un 1 de noviembre como hoy, en 1981, el Monumental del Río de la Plata estaba a reventar para el inigualable y enésimo superclásico River-Boca, por el Campeonato Nacional argentino. Las piernas ya pesan mucho: pasan unos segundos sobre el minuto 90 de un partido disputado en un día porteño de calor y humedad. Pese a que Diego Armando ha marcado de falta, River va 2-1 arriba, y el reloj agoniza.

Entonces, al árbitro Nitti no se deja amedrentar por el volcán y señala  penalti a favor del visitante, cometido por el retornado Kempes sobre Brindisi. Lo clásico: unos casi celebran, otros protestan. Un muchacho de 21 años, de apellido Maradona –el lanzador de Boca, claro-, tiene tiempo de rumiar la trascendencia de su próximo tiro durante casi dos minutos que se hacen eternos, mientras el colegiado echa a todos del área.

Y además, Nitti hace algo no tan común. Primero habla con el portero Fillol, después con el ‘Pibe de Oro’ y, antes de pitar para que el ‘10’ lance, mira al resto y ejecuta un gesto de mímica inequívoca: en cuanto dispare, se acabó el encuentro. Ni un segundo más.

Maradona tiene delante al ‘1’ de la Selección campeona del mundo, uno de los parapenaltis por antonomasia del fútbol argentino, y sabe que caer derrotado o no en tierra hostil depende de su bota izquierda. Pero esa rara vez falla: engaña al arquero y le pega más fuerte de lo normal en él, estableciendo el 2-2 sobre la bocina.

P.D. La enciclopedia ‘Maradona, obras completas’ recoge un sinfín de pasajes de la carrera del ‘10’, como este mismo. Si te interesa hacerte con una, escríbenos:

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