El ‘Pelusa’ navega entre los charcos genoveses

¿Quién dijo miedo al barro? ‘Jueguito’ inaugural.

Italia puede sonar a soleado Mediterráneo, pero eso es simplificar mucho. Por ejemplo en la norteña Génova, situada a la orilla del Mare Nostrum, puedes encontrarte un tiempo muy desagradable en invierno. Y eso le sucedió al Napoli de Maradona aquel 17 de enero de 1988, cuando le tocó visitar a la Sampdoria en un estadio Marassi ahogado por la lluvia, cada vez más fuerte a lo largo de los 90 minutos.

El terreno de juego, parcialmente encharcado, empezó en tierra blanda y terminó en chocolate. El árbitro Lanese podía haber suspendido el choque, pero decidió que no, y el encuentro se convirtió en un desafío de equilibristas tratando de mantenerse en pie, con los jugadores cada vez más ‘armonizados’ cromáticamente hablando: todos de color marrón

La batalla de Marassi.

Es decir, un panorama medio esperpéntico. Mucha pelea, mucha casta, absolutamente ningún fútbol trenzado (no se podía), pocas oportunidades de gol, cierta superioridad local… y victoria sureña gracias al menos esperable en este ecosistema. El menos esperable si no lo conociéramos: Diego Armando Maradona, autor del único gol, a los 87 minutos

Casi cada vez que el ‘Pibe de Oro’ se encuentra con el balón, repite la misma operación: toquecitos de prestidigitador para elevarlo y abrirlo a un compañero o centrar al área a lo que salga, casi siempre sin resultados apreciables. Pero nunca conviene dejarle un resquicio.

A tres minutos del final del tiempo reglamentario, De Napoli sacó una falta a la olla desde el centro del campo, despejó la zaga sampdoriana y la bola le cayó al ‘10’. Sin pensárselo mucho, el zurdo disparó un punterazo desde la corona del área que le salió fuerte y muy al centro. Otro día probablemente no habría entrado, pero el esférico estaba como embadurnado en grasa: parece que el portero Bistazzoni se tiró antes de tiempo, como esperando un disparo más esquinado, y no acertó a despejar cuando metió la otra mano atrás.

Punterazo desde la corona, la única forma.

El ‘Pibe de Oro’ da una voltereta de festejo y se revuelca en los charcos que tanto le habían fastidiado. Como dijo al final, no se podía jugar en un campo así. Pero ganar… sí.

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Guantes al cielo en Florencia

Así lo recogieron las cámaras de la RAI.

Una ola de frío polar sacudía Europa tal día como hoy en 1985, cuando el necesitado Napoli 84-85 visitó la bella Florencia para cerrar la primera vuelta de la Serie A de aquella campaña, la primera del ‘Pibe de Oro’ en Italia.

Ninguno de los equipos estaba respondiendo a las expectativas: los partenopeos tenían al mejor, pero habían descubierto que con eso no bastaba, y acababan de dejar el puntaje de puestos de descenso (pero seguían abajo, claro). Y los morados de la Fiorentina, a media tabla, habían fichado a Sócrates, demasiado brasileño para el catenaccio.

El entrenador napolitano Rino Marchesi había estado al borde de la destitución, pero en el primer choque de 1985 sus muchachos ganaron 4-3 en el vibrante duelo contra el Udinese, disputado en un San Paolo hecho un verdadero pantano. En el Comunale de Florencia esperaba otra cosa, tampoco fácil: nieve detrás de las porterías y terreno de juego parcialmente congelado, que se fue convirtiendo en un extraño y duro barrizal por la acción de los 22 pares de botas.

El Napoli vistió por primera vez en la era Maradona una segunda equipación que se haría mítica: camiseta blanca y pantalón azul más oscuro de lo habitual en el uniforme titular. Bien que luciría el ‘10’ los nuevos colores en la sentida celebración de su gol, el único del choque: fue apoteósica, pues sabía de su importancia en el contexto del encuentro y del campeonato. Su rabiosa y exultante carrera de festejo, sus puños enguantados al cielo mientras esperaba a los compañeros de rodillas, lo dicen todo.

Iniciando celebración tras el latigazo.

Los jugadores lucharon sobre todo por mantenerse en pie en este extraño encuentro marcado por las condiciones del campo. Pero en el minuto 49, el dardo: Bertoni envía en largo para el ‘10’, que la baja con el pecho en la corona del área, se interna un poco en el cuadrilátero –algo escorado- y, nada más botar el cuero en el suelo, lanza un venenoso zurdazo al palo contrario, que supera la línea gracias también al pequeño resbalón del meta Galli.

Victoria a domicilio, la primera de la temporada. Desde aquí, el Napoli de este y los próximos años no haría otra cosa que crecer. Había sido el primer peldaño de la escalera hacia el cielo.

¡Dentro vídeo!

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Primer mano a mano con la bestia ‘bianconera’

Maradona&Platini. Foto: superdeportivo.elonce.com

Aún en 1984, desde el nacimiento de la Serie A italiana (1929-30), la Juventus de Turín sumaba casi el doble de Scudettos (19) que su más inmediato perseguidor, el Inter (10). Ya por entonces era el rival a batir en la ‘Bota’, y era particularmente detestada en aquel Nápoles que acababa de fichar al mejor del mundo, precisamente con vistas a derrocarla.

Todavía era pronto. Aquel 23 de diciembre de 1984, hoy hace 35 años, el Napoli aún estaba comprendiendo que con el genio no bastaba: sufría para alejarse del pozo (12º de una tabla de 16 equipos, un punto por encima del descenso). Y la Juventus, vigente campeona de la liga, marchaba descolgada del líder, el Verona, pero tenía su mirada puesta en conquistar por fin la Copa de Europa.

Era en cualquier caso un bonito duelo de vísperas de Nochebuena para cerrar el año futbolístico 1984, cerca del final de la primera vuelta. El gran atractivo era el duelo entre los dos ‘10’ del mundo: nuestro Diego y el galo Platini, a punto de recibir su segundo Balón de Oro seguido. Pero el argentino no tuvo ni oportunidad: el esférico viajó de juventino a juventino, prácticamente no pudo hacer nada y su equipo cayó justamente por 2-0.

Pero no siempre sería así, ni mucho menos. Era solo la primera de las 15 veces que Maradona se mediría a la Juventus en partido oficial, con cinco goles del ‘Pibe de Fiorito’, incluido el mejor tiro libre nunca visto. Y colectivamente, le iría muy bien: ocho triunfos para el Napoli, tres empates y cuatro derrotas.

Las victorias incluyen vapuleos memorables, un par de elloss en el mismísimo feudo turinés (1-3 en la 86-87 del primer Scudetto, 3-5 en la 88-89); o la del último título italiano, el 5-1 de la Supercoppa 90-91 en San Paolo. Pero, sobre todo, Maradona significó la diferencia para que el conjunto sureño creyera que era verdad, que el monstruo podía ser decapitado. Ahí están para siempre los Scudettos partenopeos 86-87 y 89-90.

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Dos penaltis son dos goles (con ‘Él’)

El día de los tres ‘penales’ coincidieron como titulares Maradona, Careca y Zola, una rareza. Foto: thesefootballtimes.co.

Maradona fue un gran maestro también como lanzador de penaltis: 90 convertidos en 109 lanzamientos en partidos oficiales (tandas de desempate incluidas). Casi siempre los transformaba con su estilo pausado y suave, como manejando un joystick capaz de enviar al portero hacia un lado y el balón hacia el otro.

Pero además, en seis de sus partidos, el ‘10’ hizo doblete goleador desde los once metros. Es más: siempre que tiró dos penaltis en el mismo choque, marcó ambos. Jamás llegó a lanzar tres o más en el mismo encuentro.

Dichos dobletes se repartieron así, ordenados cronológicamente : uno con Argentinos Juniors (1978, ante Huracán); otro en su debut oficial en Boca Juniors (1981, contra Talleres); el tercero con el Barça (1984, frente a Osasuna); y los otros tres con el Napoli: también en 1984 (contra Udinese), en 1990 (contra la Roma) y en 1991 (contra el Parma).

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Ese último partido, disputado el 10 de febrero de 1991, pudo haber sido histórico en el sentido que estamos analizando. Porque en aquel Napoli-Parma (4-2) de los últimos estertores maradonianos en el Calcio sí se pitaron tres penas máximas a favor del equipo del ‘Pelusa’, algo que nunca había vivido ni viviría más.

Sin embargo, ya con 3-1 favorable en el marcador, el ‘10’ cedió el tercer ‘penal’ a su compinche Careca. El brasileño (como el equipo) no vivía una buena época, necesitaba marcar y había coprotagonizado junto a Diego el jugadón que terminó en mano dentro del área de un defensa. También fue gol… ¡pero del amigo!



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Asistencia de videoteca

Por jugadas así, el ’10’ es leyenda en Nápoles. Foto: Sergio Tierno.

El ‘Pibe de Oro’ había echado un pulso a la directiva del Napoli en el verano de 1989, tratando de que le traspasaran, pero no lo logró. Sin embargo, la batalla significó que se reincorporó al plantel cuando la Serie A 89-90 ya había consumido cuatro jornadas. Tocaba ir haciendo ‘pretemporada’ con la competición en marcha. Su equipo iba líder pero, especialmente en cancha ajena, acumulaba más puntos que merecimientos.

Llegó así el partido disputado hoy hace 30 años (10-12-89), un duelo meridional en el que el Napoli visitó al Bari. Los del tacón de la ‘Bota’ italiana se adelantaron en el minuto 6, gol de Monelli, y fueron mejores. Solo decayeron un poco cuando se quedaron con uno menos a los 51 minutos. Y los celestes, a la desesperada, buscaban al menos el empate en los últimos minutos.

Entonces, en el 82, volvió a emerger ‘Él’. Sus compañeros sacaron rápido una falta, y Zola raseó hacia el pico del área, donde Maradona estaba de espaldas a puerta, con el rival Carbone encima: parecía una jugada de baloncesto, un pase al poste bajo. Y ahí, magia pura, solo en dos toques. Con el primero, el ‘10’ elevó la pelota que rodaba por el pasto; con el segundo, en sensacional chilena, centró hacia atrás.

Era un caramelo para Carnevale, poderoso cabeceador napolitano, que se tiró en plancha en el segundo palo para enchufarla con el cráneo sobre la línea de gol. El astro argentino le había teledirigido una de sus más plásticas asistencias. ¡Deléitense!:

Aquel fue el quinto 1-1 consecutivo cosechado por los partenopeos en sus salidas. Iban rascando empates pareciendo a menudo inferiores al adversario, pero que sumaron para conseguir el segundo Scudetto napolitano.

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El ‘10’ tiene heredero en casa

Sale el 10 de la tarde (Zola), entra Maradona. Foto: Forza Italian Football.

En la semana anterior al Napoli-Atalanta jugado hoy hace 30 años, los entrenamientos de Maradona se limitaron a tratamiento contra la lumbalgia. El ‘Pibe de Oro’ había vuelto a regañadientes (y tarde) a la disciplina partenopea, tras haber tratado de forzar su traspaso, sin éxito. Además, el Napoli era líder de aquella Serie A 89-90, pero defendía corona en la Copa de la UEFA, y tres días después le aguardaba una salida dificilísima a Bremen para tratar de remontar el 2-3 adverso de San Paolo.

Total, aquel domingo 3 de diciembre sucedió lo que no tantas veces antes: Diego pactó su suplencia con el entrenador, Albertino Bigon. En principio, si el partido liguero se ponía muy feo entraría en la segunda parte. El número 10 celeste sería para un desconocido sardo, un joven (pero no tan joven: 23 años) llamado Gianfranco Zola, fichado por los partenopeos meses antes procedente del anónimo Torres de Cerdeña (serie C1, Tercera División italiana…).

Zola le cayó simpático a Maradona desde el primer minuto. El crack le ‘adoptó’ y aconsejó sin reparos, facilitando el interestelar aterrizaje futbolístico del que estaba siendo protagonista el chaval. Por eso, el argentino fue el que más aplaudió la impresionante exhibición del isleño, en toda una presentación en sociedad.

El mediapunta, futuro mito del Calcio, fue el mejor de aquel triunfo ante el Atalanta (3-1), y coronó su actuación con un tercer tanto de bandera: quiebro en el área y derechazo con rosca a la escuadra contraria. En ‘míster’ Bigon quiso homenajear al hombre del partido, retirado entre vítores, y lo sustituyó por Maradona a 9 minutos del final. Es, de hecho, el encuentro oficial con menos minutos de acción disputado nunca por Diego.

La sonrisa del astro argentino lo decía todo cuando tomó el relevo de su amigo. Zola llevó el 10, jugó en posición de 10 y estuvo de 10, y después fue cambiado por el ‘10’. La prensa napolitana e italiana lo tenía fácil: no busquen más, ¡el nuevo Maradona ya está aquí, y curiosamente juega en el Napoli…!

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La ‘Testa de Dios’

El Napoli 88-89 quería olvidar como fuera la anterior temporada. Solo meses antes, un Scudetto que parecía hecho se esfumó, incluido motín en el vestuario contra el entrenador Ottavio Bianchi, lo que significó la exclusión de la plantilla de varios pesos pesados: el portero Garella, el defensa Ferrario, el medio Bagni y el delantero Giordano. El verdugo casi definitivo fue el novedoso Milan de Arrigo Sacchi, Gullit y Van Basten, que dio la puntilla a los azules imponiéndose por 2-3 a tres jornadas del final. El público napolitano terminó aplaudiendo al rival…

Solo meses después de aquello, la Serie A 88-89 disputaba su 7ª jornada (de 34), de nuevo en San Paolo, y allí estaba el Milan otra vez. Había que vencer a la bestia para enterrar aquel trauma. Además, comparecía en el Golfo napolitano un conjunto rossonero sin varios titulares.

Fue un partidazo de los partenopeos (4-1), más contundentes que brillantes. Pero hasta el borde del descanso perduraba el 0-0 inicial, roto con uno de los más extraordinarios goles que marcó jamás Maradona: un cabezazo desde fuera del área para resolver un mano a mano con el portero de una manera que solo se le podía ocurrir al fuera de serie.

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En torno al minuto 42 de acción, en apenas segundos sucedieron muchas cosas que tratamos de resumir. El napolitano Crippa se hace con el balón cerca de la línea de medios, pero no le presionan, mientras la tácticamente entrenadísima línea defensiva milanista, como un único organismo, se adelanta al unísono para tratar de que alguien caiga en fuera de juego. Calcula mal, y Maradona arranca desde tres cuartos de cancha, cruzándose con los lombardos, mientras el cuero bombeado por Crippa vuela hacia él.

¡Diego Armando corre absolutamente solo hacia el portero Galli, y la bola que cae hacia allí! Hasta ahora, medio normal. A partir de ahora, lo extraordinario. El guardameta también sale precipitadamente del área grande, a tratar de despejar, y la pelota bota entre el cancerbero y el ‘10’, con efecto hacia atrás.

Contemplar el esférico rotando junto a los rizos termina de darle la idea a Maradona: le pega con el alma de cabeza, desde unos 20 metros de distancia, y la parábola supera a Galli. El astro cae al suelo junto al arquero, y los dos (y sus compañeros, y las 85.000 personas del estadio) se deleitan con la imagen casi a cámara lenta de un balón que entra botando a la puerta desguarnecida. “He notado el silencio de San Paolo”, dice ‘D10s’. Calma rota por los vítores.

¡Dentro vídeo! (minuto 1:15):

Aquel 4-1, en ‘Fiebre Maldini’

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Pequeño golpe, gran castigo

El delito.

La rodilla derecha del genio no marchaba bien al inicio de la temporada 85-86, su segunda en el Napoli (quién lo diría, al final de la misma). Se llegó a especular seriamente con que sería operado precisamente para facilitar su presencia en el Mundial. Lo más increíble, el motivo de la lesión en el menisco: la patada de un hincha venezolano, en la previa de un duelo internacional entre la Albiceleste y la Vinotinto…

En esas, otro domingo como hoy, el 24 de noviembre de 1985, se pasó por San Paolo el Udinese, que ya se había quedado sin Zico y estaba demasiado cerca de los puestos de descenso. El Napoli, en cambio, estaba en el vagón de arriba, aunque solo fuera la jornada 11 de las 30 que tenía la Serie A por entonces.

Al minuto 9, golazo maradoniano en un tiro libre desde el lateral del área grande, a unos cuatro metros de la línea de fondo. Con poco ángulo y mucho efecto, la clava por el ángulo más lejano. ¡Impresionante! Pero lo más noticioso sucede a 10 minutos del descanso.

Criscimanni, centrocampista visitante, entra feo a Maradona, apuntando directamente a la rodilla derecha: es un secreto a voces que es su punto débil. Lo del ‘Pelusa’ es humano: se levanta como un resorte, propina un leve cabezazo a su agresor –más amago que impacto- y este teatraliza la respuesta. ¡Roja directa a D10s! “Es la primera falta que hago en el año”, se queja Diego, despedido por los suyos con atronadora ovación, interpretable a la vez como crítica al árbitro Mattei. Para mayor escarnio, el Udinese empatará en el 79.

Se trata de la segunda y última expulsión maradoniana en su largo trasiego italiano (siete temporadas, 259 encuentros oficiales). Además, fue la única que acarreó suspensión. En la temporada anterior, 84-85, también vio la cartulina colorada contra el Ascoli, en otra acción exagerada por un adversario. Pero en aquella ocasión, la justicia deportiva le quitó rápidamente la sanción, tras revisar el vídeo; esta vez lo tenía más complicado.

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Sacudida histórica a la Juve (3-5)

Maradona y Careca, su mejor socio.

A la altura de aquella tierna temporada 88-89, la Juventus ya no parecía la fiera inabordable de costumbre. El Napoli de Maradona había ganado su primer título nacional en el curso 86-87, y le sucedió el Milan en el 87-88, en este segundo caso con la Vecchia Signora muy lejos. Sin embargo, seguía siendo la Juve, el gigante que duplicaba en Scudettos al siguiente equipo en la clasificación.

 Y si el Napoli-Juventus era el partido del año en San Paolo, el duelo entre ambos en Turín era ‘la visita del año’ para los meridionales. Porque además, miles de napolitanos acudían a las gradas del viejo estadio Comunale turinés, y más desde que estaba el superclase argentino. Muchos no venían desde el lejano sur, sino de la propia ciudad norteña: la ironía es que eran trabajadores de la Fiat, o sea de la empresa de los Agnelli, que a su vez eran también los propietarios de la Juve…

Nunca fue plaza fácil: cuando la gloria del 86-87, los celestes se impusieron allí por 1-3, primer triunfo en la capital del Piamonte en… ¡29 años! (el anterior aconteció en 1957, tres años antes del nacimiento del ‘10’…). Pero en la campaña 87-88, los bianconeri triunfaron por 3-1 y dejaron muy tocados a los partenopeos, que perdieron un buen porcentaje de posibilidades de revalidar título.

Nos plantamos así en la visita de la 88-89, cuando solo se cumplía la 6ª jornada de las 34 de la Serie A, en una algo lluviosa tarde de noviembre. Y el resultado, y el partido, fueron espectaculares: 3-5, un destrozo antológico a favor del Napoli y protagonizado por el brasileño Careca, autor de tres goles. Quizá fue el partido más recordado del delantero paulista con la casaca napolitana.

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Pero en general fue un encuentro vibrante, y hubo que luchar la victoria. El Napoli se puso 0-3 al descanso (gol de Carnevale y doblete de Careca), pero la fiera reaccionó y se colocó 2-3 en el 55 (Galia y Zavarov). Tres minutos después, Careca hizo el 2-4; De Agostini descontó en el 77 (3-4). Y el líbero Renica estableció el 3-5 de penalti, cerca ya del final.

¿Renica, lanzador desde los once metros? Sí, uno de los pocos partidos de Maradona donde el penalti lo tiraba otro, pero por una buena razón: cojo de las dos piernas, Diego fue sustituido en el 82, y se desgañitó animando a los compañeros desde el banco. Antes de eso, hizo un buen partido pero no de videoteca, administrando el balón y apoyando a los demás. Aun así, fue importante en ese 3-5 absolutamente imborrable.

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La Sampdoria remata al mejor Napoli

La Sampdoria triunfal. Foto: Il Fatto Quotidiano.

Después de la monumental crisis de Moscú, 11 días convulsos precedieron a este simbólico carpetazo al mejor Napoli de todos los tiempos. Era la temporada 90-91 y, además de dicha eliminación en la Copa de Europa, el ánimo de Maradona estaba cayendo en picado y a menudo no iba ni a entrenarse; Careca andaba lesionado; y el equipo, que defendía título, marchaba a media tabla en la Serie A.

En la 9ª jornada del campeonato visitaba San Paolo la fascinante Sampdoria de Vujadin Boskov, de la que se decía que jugaba “demasiado bonito como para ganar el Scudetto”. Los Vialli, Mancini, Toninho Cerezo, Vierchowod y demás llevaban varios años terminando entre los primeros de la mejor liga del mundo, y conquistando de propina títulos coperos nacionales y continentales. Pero, en el campionato, los genoveses tendían a decaer en las segundas vueltas.

No obstante, parecía que había llevado el momento. La ‘Samp’ había empezado la nueva temporada como nunca, e iba líder del campeonato. Pero la Serie A es una carrera de fondo, y había margen para que los celestes recuperaran los cinco puntos de desventaja (las victorias, recordemos, otorgaban dos por entonces). Sobre todo, si el Napoli ganaba aquel preciso domingo, 18 de noviembre de 1990. Careca y el ‘10’ volvían al equipo tras su ausencia del anterior encuentro liguero; ¡cualquier cosa podía suceder!

El resultado no lo dice todo, pero es histórico al máximo: 1-4 para los visitantes, que dan una lección majestuosa de contragolpe, con sendos dobletes de los ‘Gemelos del Gol’ Mancini-Vialli. El ‘Burro’ (apodo del Napoli) no juega tan mal como sugiere el marcador, pero la sacudida se toma como el final de una época.

Maradona empieza bien y va perdiendo energía, sucumbiendo a su propia falta de preparación. Es la derrota casera más rimbombante de su larga aventura europea (1982-91). La afición en general guarda silencio tras el pisoteo, solo los ultras se desquitan arrancando asientos y prendiéndoles fuego… Unos y otro saben que la bella fábula maradoniana en el Golfo de Nápoles moría ahí.

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