(1993) Paseando el ‘jet-lag’

Durante su carrera en Europa, Diego Armando protagonizó varios increíbles viajes relámpago de ida y vuelta a su país, a menudo con algún compromiso con la Selección de por medio, que le hacían llegar con la lengua fuera al partido de turno con su club.

Sin embargo, ninguno comparable al del 21 de febrero de 1993, cuando el ‘10’ jugaba para el Sevilla y tenía partido liguero en Las Gaunas, mítica cancha del modesto Logroñés. En una aventura coprotagonizada con su compañero el ‘Cholo’ Simeone, los dos argentinos aterrizaron en España tras un partido con la Albiceleste, pero solo pasaron unas 16 horas en Iberia antes de despegar de nuevo hacia su país, para otro encuentro de selecciones…

Pongámonos en contexto. Inopinadamente, el ya veterano y castigado Maradona había recuperado un gran nivel en el Sevilla, lo que le supuso que el ‘Coco’ Basile le convocara de nuevo con la Albiceleste: fue un amistoso contra Brasil disputado en la cancha de River el 18 de febrero. El club andaluz que pagaba a Maradona y el también internacional Simeone les había dejado marchar a regañadientes, pero exigiéndoles que volvieran cuanto antes al partido en la pequeña ciudad de Logroño (21 de febrero) y renunciaran al encuentro oficial del 24 de febrero, esta vez en Mar del Plata contra Dinamarca, por la copa intercontinental Artemio Franchi.

Efectivamente, Maradona y Simeone jugaron el amistoso ante Brasil y… empezaron los problemas. Desde Buenos Aires comenzaron a asegurar que era absurdo volver atropelladamente a España, que iban a llegar “muertos” a jugar, que no podrían ayudar al equipo en esas condiciones… Pero el club no dio su brazo a torcer, y tuvieron que regresar. Además, ya se sabía que, como nadie podía ponerles una pistola en la cabeza, los dos rioplatenses retornarían enseguida a su país para el duelo contra los daneses.

Avión, avioneta y taxi

Así que, en un esperpéntico viaje, los dos gauchos se comieron un fascinante Buenos Aires-Logroño-Buenos Aires, resumidamente así: despegan el sábado porteño y aterrizan en el aeropuerto madrileño de Barajas pasadas las seis de la mañana del domingo, cuando el pitido inical iba a sonar esa misma tarde, poco más de 11 horas después.

Desde Madrid, una avioneta los deposita en Vitoria, y completan el viaje de ida por carretera (algo más de una hora en taxi hasta Logroño). Se pasan por el hotel de  concentración hispalense, descansan un poco y a las 17.00 horas son de la partida en el encuentro, con todo el horario cambiado a  cuestas, y con muy flojo partido en la derrota sevillista 2-0, especialmente flojo por parte del ‘10’.

Termina el choque en torno a las 19.00 horas, atienden unos minutos a la prensa, porfían con los directivos de su club y Diego señala que no tiene tiempo de explicarse a fondo con el presidente Cuervas, porque “si hablo con él, pierdo el avión”. Arranca el viaje de vuelta: antes de la medianoche, ya están cruzando al Atlántico de vuelta a casa.

Todo este lío sería un golpe mortal para la relación Maradona-Sevilla FC, el pistoletazo de salida para otros muchos contratiempos que terminarían con el ‘10’ y el equipo desmoralizados, en forma declinante y hartos mutuamente.

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El ‘10’ tiene heredero en casa

Sale el 10 de la tarde (Zola), entra Maradona. Foto: Forza Italian Football.

En la semana anterior al Napoli-Atalanta jugado hoy hace 30 años, los entrenamientos de Maradona se limitaron a tratamiento contra la lumbalgia. El ‘Pibe de Oro’ había vuelto a regañadientes (y tarde) a la disciplina partenopea, tras haber tratado de forzar su traspaso, sin éxito. Además, el Napoli era líder de aquella Serie A 89-90, pero defendía corona en la Copa de la UEFA, y tres días después le aguardaba una salida dificilísima a Bremen para tratar de remontar el 2-3 adverso de San Paolo.

Total, aquel domingo 3 de diciembre sucedió lo que no tantas veces antes: Diego pactó su suplencia con el entrenador, Albertino Bigon. En principio, si el partido liguero se ponía muy feo entraría en la segunda parte. El número 10 celeste sería para un desconocido sardo, un joven (pero no tan joven: 23 años) llamado Gianfranco Zola, fichado por los partenopeos meses antes procedente del anónimo Torres de Cerdeña (serie C1, Tercera División italiana…).

Zola le cayó simpático a Maradona desde el primer minuto. El crack le ‘adoptó’ y aconsejó sin reparos, facilitando el interestelar aterrizaje futbolístico del que estaba siendo protagonista el chaval. Por eso, el argentino fue el que más aplaudió la impresionante exhibición del isleño, en toda una presentación en sociedad.

El mediapunta, futuro mito del Calcio, fue el mejor de aquel triunfo ante el Atalanta (3-1), y coronó su actuación con un tercer tanto de bandera: quiebro en el área y derechazo con rosca a la escuadra contraria. En ‘míster’ Bigon quiso homenajear al hombre del partido, retirado entre vítores, y lo sustituyó por Maradona a 9 minutos del final. Es, de hecho, el encuentro oficial con menos minutos de acción disputado nunca por Diego.

La sonrisa del astro argentino lo decía todo cuando tomó el relevo de su amigo. Zola llevó el 10, jugó en posición de 10 y estuvo de 10, y después fue cambiado por el ‘10’. La prensa napolitana e italiana lo tenía fácil: no busquen más, ¡el nuevo Maradona ya está aquí, y curiosamente juega en el Napoli…!

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La afición que animó a 12

Letras gigantes en La Bombonera.

El sagrado templo ‘xeneize’ se vistió de gala una vez más hoy hace 26 años, en 1993. A priori el cartel no decía mucho, o no mucho más que en cualquier otro partido en La Bombonera: 12ª fecha del Torneo Apertura (que constaba de 19), Boca Juniors (relativamente descolgado) contra Newell’s Old Boys (colista). Pero no, era día de doble escalofrío colectivo: el campeón mundial Menotti retornaba al banquillo auriazul. Y, sobre todo, en el bando contrario… ¡Maradona!

Casi 12 años más tarde, el ‘Pibe de Oro’ volvía a jugar un partido oficial en La Bombonera, por mucho que ya la hubiera pisado con el Sevilla poco más de un año antes. Fue un amistoso donde, por cierto, Maradona lució ambas camisetas, pero marcó con la de Boca…

Desde su retorno al campeonato de su país con Newell’s, en octubre de ese mismo 1993, Diego Armando salía a homenaje por comparecencia. Sus compatriotas llevaban sin verlo en el campeonato argentino desde 1981, y ya estaba considerado mito transversal, por encima de los colores de las aficiones. Sin embargo, las explosiones anteriores de júbilo colectivo empequeñecerían con respecto a la vuelta del hijo pródigo al templo ‘bostero’.

De hecho, Boca salta al césped un poco antes que el rival, como para dejar como plato fuerte la entrada de ‘D10s’ capitaneando al plantel visitante. Ya desde los minutos previos a su aparición, las ovaciones y cánticos situándole como objeto de culto son constantes en La Bombonera. Una bandera enorme, auriazul, se despliega en la tribuna de ‘La 12’ y la cubre casi por entero, con el nombre del ídolo estampado en letras gigantes.

Vestido de Newell’s, pero mito transversal.

El verde es un caos de cámaras, autoridades y hasta espontáneos, e incluso el pitido inicial se retrasa un poco ante tamaño desconcierto. El propio ‘Pelusa’ recibe un par de placas, tanto la institucional de su ex club como la de una representación de la hinchada. También se abraza con Menotti, ese viejo amigo-enemigo de los 70. Pero llega un momento que el ‘10’ parece aturdido, ya no sabe ni dónde ir entre el bullicio.

Por fin, el pasto se despeja de intrusos y empieza el fútbol. En realidad, el partido tiene muy poca historia: 2-0 claro para Boca, que lo hace mucho mejor que en apariciones anteriores (por algo cambió de técnico). El capitán de Newell’s sigue sin recuperarse de los problemas musculares que le aquejan desde la reciente Repesca premundialista contra Australia, y actúa “casi cojo”, revelará tras el choque. Solo deja destellos en mitad del gris oscuro general de su escuadra.

Eso sí, quizá como parte del homenaje… los jugadores de Boca no le hacen ni una sola falta, un respeto físico que rara vez (¿o nunca?) sintió ni sentirá en su carrera.

Prolegómenos y goles:

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‘Maestro Inspirador de Soñadores’ en Oxford

Foto: Descubrir UK.

La vida no había llevado a Maradona por el camino de la universidad, pero su maestría sobre el pasto le abrió una magna e inesperada puerta, que no quiso desaprovechar.

Allá por el 6 de noviembre de 1995, hace 24 años, el ‘10’ lucía franja dorada en el pelo, a juego con la que adorna la camiseta de Boca Juniors en el pecho. Había vuelto al club de sus amores 13 años después, y su escuadra iba líder del Torneo Apertura con un partido menos que sus competidores. El día anterior, domingo 5, los ‘xeneizes’ habían batido en La Bombonera a Vélez, otro de los favoritos (1-0).

Y, a pesar del cansancio y lo apretado del calendario (Boca volvía a jugar el jueves 9, precisamente el encuentro aplazado), tras el duelo contra la ‘V’ de Liniers Diego Armando cruzó el charco hacia Inglaterra, tierra teóricamente hostil. Ya el lunes 6, se presentó por todo lo alto en la totémica Universidad de Oxford, donde compareció ante una nutrida y entregada afición formada por estudiantes, docentes y demás.

Allí, de forma simbólica, se le vistió con toga y birrete, y recibió el título honorífico de ‘Maestro Inspirador de Soñadores’. También dejó a todos boquiabiertos dando toques a una pelota de golf con los brillantes zapatos. Y se mostró risueño y desenfadado ante los hijos de quienes habrían querido asesinarlo en México ’86. No eludió ni hablar de la ‘Mano de Dios’…

¿Cómo sucedió este cruce entre dos mundos? La iniciativa fue del argentino Esteban Cichello Hubner, estudiante en Oxford y presidente de una agrupación de alumnos que organizaba actividades extraacadémicas. Pero un par de décadas antes, cuando Dieguito empezaba en Argentinos Juniors, había sido botones en un hotel de Buenos Aires donde se concentraba el equipo. Se ganó la simpatía de Maradona, y logró ese aparente imposible de que ‘D10s’ dijera que sí. Seguro que la ilusión fue enorme en todos los implicados.

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