Un falso penalti transformado por Brehme en los últimos minutos significó el triunfo de Alemania Federal sobre Argentina en la terrible final del tedioso Mundial de Italia ‘90. Las lágrimas de ‘D10s’ presidieron la entrega de medallas, pero nadie podía imaginar que aquel había sido su último partido internacional en mucho, mucho tiempo. No pocos temieron que aquel Diego que soñaban cabalgando de celeste y blanco con el balón jamás volviera al equipo de todos sus compatriotas.
Tras el subcampeonato planetario, al crack le pasó de todo, y muy poco positivo: mala última temporada 90-91 en el Napoli, culminada en positivo por cocaína y sanción global de 15 meses sin poder jugar al fútbol. Detención escandalosa en su país y en posesión de drogas, con las cámaras convenientemente avisadas. Depresión, amago de retirada, progresiva recuperación del ánimo. Y, recién expirado el castigo deportivo, vuelta al deporte en el Sevilla, reto nuevo.
Aquel Maradona falto de forma pero repleto de ganas aterrizó en la capital de Andalucía en septiembre de 1992, y para febrero de 1993 había vuelto razonablemente a brillar, recordando al de unos años atrás en Nápoles.
Así que el reencuentro ya estaba cantado: el seleccionador Alfio ‘Coco’ Basile le convocó para un amistoso internacional contra Brasil (¡el clásico planetario, quizá!) a disputarse el día 18 del segundo mes en el Monumental de Buenos Aires, con el que la AFA (la federación argentina) festejaría su propio centenario. Solo días después, Maradona también estaba llamado a una cita más seria, un duelo contra Dinamarca por la Copa Artemio Franchi (preludio de la actual Confederaciones), con un título intercontinental oficial en juego.
Estas dos citas supondrían un loco doble viaje maradoniano Sevilla-Argentina, con partido de Liga española en mitad de los dos choques de selecciones. El club que le pagaba prohibió que participara en el segundo encuentro, pero Diego Armando hizo oídos sordos. Quería volver a escuchar el himno en el césped y con el brazalete de capitán, sentir el calor de la hinchada: nadie se lo impediría. Desde ahí empezaría su cuesta abajo como sevillista.
Por tanto el 18-2-1993, en mitad de un ambiente brutal, el Rey Arturo de la Albiceleste volvió a encabezar a los suyos contra la canarinha, más de dos años y siete meses después de su última vez. El encuentro no tenía más trascendencia, pero resultó competido y entretenido, un 1-1 con goles de Mancuso y Luiz Henrique.
El ‘10’ dirigió bien a sus compañeros, metió buenos balones, se mostró intenso, mandó un tiro libre al travesaño y falló una volea en posición clara. Fue a menos con el paso de los minutos, pero en general realizó una actuación satisfactoria y aplaudida, emocionante casi. Lo importante estaba conseguido: ¡había vuelto!
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