Diego Armando llevaba apenas un puñado de partidos en el Sevilla, que aspiraba a intentar revivir con el ‘10’ otra fábula sureña como la napolitana. No saldría así, pero aún tardaría en romperse el embrujo. A 22 de noviembre de 1992, la ilusión era máxima en la afición hispalense y en el propio jugador, que tras sus 15 meses de sanción por consumo de cocaína luchaba por resucitar una vez más, y acercarse a ser quien fue.
En esas, aquel domingo los andaluces que dirigía Bilardo visitaban al Celta de Vigo, recién ascendido que buscaba un futuro fijo en Primera. El gran poder de aquel Celta de Txetxu Rojo radicaba en no encajar y tratar de rentabilizar sus escasas dianas (terminaría la Liga como equipo menos goleador y segundo menos goleado). Por eso, sorprende el festivo 1-2 con el que se llegó al minuto 10.
Sí, primero Gudelj adelantó a los vigueses (1-0, minuto 4). A continuación, ‘D10s’ sacó brillo a la zurda mágica para marcar de tiro libre, el penúltimo de su carrera en partido oficial: desde la frontal del área, la coló a media altura junto al poste derecho, inalcanzable para el meta Cañizares (1-1, minuto 6). Y unos 180 segundos más tarde, Bango cabeceó a la escuadra un córner botado por el propio Maradona (1-2).
Pero la noticia no fue el primer gol ‘no de penalti’ del Diego sevillista, ni la primera falta certera desde la campaña 89-90, ni el primer triunfo como visitante del ‘Pelusa’ con su nueva casaca. La noticia fue el árbitro Díaz Vega, quien, quizá inspirado por el colorado de la camiseta visitante del Sevilla, disparó cuatro tarjetas rojas contra los gallegos en menos de media hora, algunas exageradas. Y el partido, claro, terminó siendo un sainete, siete contra once. ¡Todos expulsados locales!, imaginemos el humor del público…
Las víctimas, por orden, fueron Ratkovic (minuto 59, roja directa), Juric (minuto 74, segunda amarilla), Engonga (84, ídem) y Gudelj (88, roja directa). Valor no se le podía negar al colegiado, que tuvo que salir de Balaídos escoltado (como el autobús sevillista); pero acierto, sí.
Es el partido oficial maradoniano en el que menos jugadores contrarios terminan sobre el césped. Alguna amarilla vista por los guillotinados fue por protestar, y el ‘Pibe de Fiorito’ no pudo evitar solidarizarse con los rivales: “Los jugadores no pueden hablar, y eso se ha demostrado con las expulsiones de los chicos del Celta. Se sacan muchas tarjetas por hablar y muy pocas por dar patadas”.
P.D. La enciclopedia ‘Maradona, obras completas’ recoge un sinfín de pasajes y datos acerca de la carrera del ‘10’, como los que acabas de leer. Si te interesa hacerte con una, escríbenos: