Postales napolitanas en Sevilla

El ’10’ del Guadalquivir. Foto: radiohuancavilca.com.ec.

El mejor Maradona hispalense se vio entre diciembre de 1992 y febrero de 1993. Ya había tenido tiempo de rodarse al menos algo, después de haberse perdido la pretemporada sevillista y el inicio de la campaña oficial. Fue la consecuencia del complicado traspaso del sur de Italia al sur de España. Además, venía de 15 meses sin jugar fútbol de verdad debido a su sanción de 1991. Pero, en diciembre, empezaba a asomar.

Y, si hubo un día en que los hinchas nervionenses llegaron a creer que el ‘10’ podía repetir en Sevilla sus hazañas napolitanas, fue otro 19 de diciembre como hoy: el de hace 27 años, cuando el Real Madrid visitó el Sánchez-Pizjuán, en la 15ª jornada de la Liga 92-93. El correoso conjunto entrenado por Bilardo se salió ante el sempiterno favorito de la Liga, y con un Diego estelar.

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El ‘Pelusa’ no entro muchísimo en contacto con el balón, pero cada vez que lo hizo el pulso colectivo se aceleró de emoción: filtró pases sublimes, realizó algún control orientado magnífico, protagonizó arrancadas que hicieron recordar a sus anteriores versiones… hizo dibujarse el temor en las caras de los contrarios.

Se le hizo algo largo el final (aún le faltaba algo de gasolina), pero comandó a un gran Sevilla que ganó por 2-0, dejando gran imagen y afianzándose en la zona UEFA, a solo dos puntos de los madridistas. Según dijo al final el fuera de serie, «saqué fuerzas de los estúpidos que me dieron por enterrado».

Con altibajos, Maradona siguió a aceptable o buen nivel en las siguientes semanas, lo que pudo significar su ‘muerte de éxito’ en el club. Pronto, en la segunda mitad de febrero, la Selección dirigida por el ‘Coco’ Basile reclamó sus servicios para un par de compromisos en Argentina, muy próximos entre sí: amistoso contra Brasil y duelo contra Dinamarca por la Copa Artemio Franchi (precedente de la actual Confederaciones).

La directiva hispalense no le dejaba ausentarse para los dos partidos, pero el ‘Pelusa’ no quiso faltarle a la celeste y blanca, cuya camiseta no vestía desde casi tres años antes. Así que, junto a su compañero Simeone, protagonizó un doble viaje de ida y vuelta a su país, en contra de las órdenes de los superiores. La relación entre club y jugador empezó a quebrarse ahí, y entre eso y algunas lesiones y sanciones inoportunas, el ‘10’ se desenganchó de un proyecto que había llegado a resultar ilusionante.

Pero quedémonos con el mejor Diego Armando a orillas del Guadalquivir. ¡Dentro vídeo!:

Algunos pasajes de aquel partido, en ‘Fiebre Maldini’.

P.D. La enciclopedia ‘Maradona, obras completas’ recoge un sinfín de pasajes y datos acerca de la carrera del ‘10’, como los que acabas de leer. Si te interesa hacerte con una, escríbenos:

moc@archivodefutbol.com

Jugar contra siete no es jugar

Diego Armando llevaba apenas un puñado de partidos en el Sevilla, que aspiraba a intentar revivir con el ‘10’ otra fábula sureña como la napolitana. No saldría así, pero aún tardaría en romperse el embrujo. A 22 de noviembre de 1992, la ilusión era máxima en la afición hispalense y en el propio jugador, que tras sus 15 meses de sanción por consumo de cocaína luchaba por resucitar una vez más, y acercarse a ser quien fue.

En esas, aquel domingo los andaluces que dirigía Bilardo visitaban al Celta de Vigo, recién ascendido que buscaba un futuro fijo en Primera. El gran poder de aquel Celta de Txetxu Rojo radicaba en no encajar y tratar de rentabilizar sus escasas dianas (terminaría la Liga como equipo menos goleador y segundo menos goleado). Por eso, sorprende el festivo 1-2 con el que se llegó al minuto 10.

Sí, primero Gudelj adelantó a los vigueses (1-0, minuto 4). A continuación, ‘D10s’ sacó brillo a la zurda mágica para marcar de tiro libre, el penúltimo de su carrera en partido oficial: desde la frontal del área, la coló  a media altura junto al poste derecho, inalcanzable para el meta Cañizares (1-1, minuto 6). Y unos 180 segundos más tarde, Bango cabeceó a la escuadra un córner botado por el propio Maradona (1-2).

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Pero la noticia no fue el primer gol ‘no de penalti’ del Diego sevillista, ni la primera falta certera desde la campaña 89-90, ni el primer triunfo como visitante del ‘Pelusa’ con su nueva casaca. La noticia fue el árbitro Díaz Vega, quien, quizá inspirado por el colorado de la camiseta visitante del Sevilla, disparó cuatro tarjetas rojas contra los gallegos en menos de media hora, algunas exageradas. Y el partido, claro, terminó siendo un sainete, siete contra once. ¡Todos expulsados locales!, imaginemos el humor del público…

Las víctimas, por orden, fueron Ratkovic (minuto 59, roja directa), Juric (minuto 74, segunda amarilla), Engonga (84, ídem) y Gudelj (88, roja directa). Valor no se le podía negar al colegiado, que tuvo que salir de Balaídos escoltado (como el autobús sevillista); pero acierto, sí.

Es el partido oficial maradoniano en el que menos jugadores contrarios terminan sobre el césped. Alguna amarilla vista por los guillotinados fue por protestar, y el ‘Pibe de Fiorito’ no pudo evitar solidarizarse con los rivales: “Los jugadores no pueden hablar, y eso se ha demostrado con las expulsiones de los chicos del Celta. Se sacan muchas tarjetas por hablar y muy pocas por dar patadas”.

P.D. La enciclopedia ‘Maradona, obras completas’ recoge un sinfín de pasajes y datos acerca de la carrera del ‘10’, como los que acabas de leer. Si te interesa hacerte con una, escríbenos:

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