Gol inverosímil ante la UD Las Palmas

A puntito de consumar; aún parecía asistencia…

El Barça de Maradona disputaba su último partido de casa de la Liga 82-83, ante la Unión Deportiva Las Palmas. Aunque todavía restaría la última jornada, aquel 17 de abril los catalanes ya sabían que, como mucho, serían bronce en el campeonato: la enfermedad de Diego había terminado pesando demasiado. Sin embargo, los azulgranas buscaban rearmarse de moral de cara a las rondas decisivas de los siguientes dos torneos coperos, Copa del Rey y Copa de la Liga (conquistarían ambos).

Enfrente, un rival en la pelea por eludir el descenso, que además compareció automutilado: el entrenador José Manuel León reservó cuatro titulares apercibidos de sanción, quizá dando por descontada la derrota. Lo que seguro que no calculaba nadie es que el Barcelona se impondría por un soberano 7-2, mayor goleada de la campaña igualando a un Zaragoza-Racing que terminó con el mismo marcador. Los propios culés no marcaban tantos goles en Liga desde la 78-79. Aquí los tienen todos:

Exhibición.

Y se salió el ‘10’, por fin a tono tras muchos meses mermado por culpa del virus. Marcó tres de los siete, fue el pasador en otro. Pero el 4-0 del minuto 18, su segundo de la tarde, fue especialmente increíble. En siete segundos, desde que recibe el balón a la derecha del área grande hasta que lo materializa, pasan muchísimas cosas.

Diego controla, encara y se pasa la pelota de pie a pie para escapar de su marcador; le sale al paso otro defensa, y también lo gambetea. Entra así en diagonal al área chica por una esquina y, cara a cara con el arquero Manolo y atrapado por la línea de fondo, cede la pelota a su compinche Víctor, que está al lado pero con más ángulo. Este ¿remata? fatal, de lo fácil que era, y el balón le vuelve a Maradona, que empuja casi agarrado al poste (en el vídeo anterior, minuto 1:16).

¿Por qué el trío arbitral no pitó fuera de juego? Quizá había demasiada información en tan poco tiempo… Una hazaña así despistó incluso a los hombres de negro.

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(1993) Paseando el ‘jet-lag’

Durante su carrera en Europa, Diego Armando protagonizó varios increíbles viajes relámpago de ida y vuelta a su país, a menudo con algún compromiso con la Selección de por medio, que le hacían llegar con la lengua fuera al partido de turno con su club.

Sin embargo, ninguno comparable al del 21 de febrero de 1993, cuando el ‘10’ jugaba para el Sevilla y tenía partido liguero en Las Gaunas, mítica cancha del modesto Logroñés. En una aventura coprotagonizada con su compañero el ‘Cholo’ Simeone, los dos argentinos aterrizaron en España tras un partido con la Albiceleste, pero solo pasaron unas 16 horas en Iberia antes de despegar de nuevo hacia su país, para otro encuentro de selecciones…

Pongámonos en contexto. Inopinadamente, el ya veterano y castigado Maradona había recuperado un gran nivel en el Sevilla, lo que le supuso que el ‘Coco’ Basile le convocara de nuevo con la Albiceleste: fue un amistoso contra Brasil disputado en la cancha de River el 18 de febrero. El club andaluz que pagaba a Maradona y el también internacional Simeone les había dejado marchar a regañadientes, pero exigiéndoles que volvieran cuanto antes al partido en la pequeña ciudad de Logroño (21 de febrero) y renunciaran al encuentro oficial del 24 de febrero, esta vez en Mar del Plata contra Dinamarca, por la copa intercontinental Artemio Franchi.

Efectivamente, Maradona y Simeone jugaron el amistoso ante Brasil y… empezaron los problemas. Desde Buenos Aires comenzaron a asegurar que era absurdo volver atropelladamente a España, que iban a llegar “muertos” a jugar, que no podrían ayudar al equipo en esas condiciones… Pero el club no dio su brazo a torcer, y tuvieron que regresar. Además, ya se sabía que, como nadie podía ponerles una pistola en la cabeza, los dos rioplatenses retornarían enseguida a su país para el duelo contra los daneses.

Avión, avioneta y taxi

Así que, en un esperpéntico viaje, los dos gauchos se comieron un fascinante Buenos Aires-Logroño-Buenos Aires, resumidamente así: despegan el sábado porteño y aterrizan en el aeropuerto madrileño de Barajas pasadas las seis de la mañana del domingo, cuando el pitido inical iba a sonar esa misma tarde, poco más de 11 horas después.

Desde Madrid, una avioneta los deposita en Vitoria, y completan el viaje de ida por carretera (algo más de una hora en taxi hasta Logroño). Se pasan por el hotel de  concentración hispalense, descansan un poco y a las 17.00 horas son de la partida en el encuentro, con todo el horario cambiado a  cuestas, y con muy flojo partido en la derrota sevillista 2-0, especialmente flojo por parte del ‘10’.

Termina el choque en torno a las 19.00 horas, atienden unos minutos a la prensa, porfían con los directivos de su club y Diego señala que no tiene tiempo de explicarse a fondo con el presidente Cuervas, porque “si hablo con él, pierdo el avión”. Arranca el viaje de vuelta: antes de la medianoche, ya están cruzando al Atlántico de vuelta a casa.

Todo este lío sería un golpe mortal para la relación Maradona-Sevilla FC, el pistoletazo de salida para otros muchos contratiempos que terminarían con el ‘10’ y el equipo desmoralizados, en forma declinante y hartos mutuamente.

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Odiseas dieguiles: 2 semanas, 5 partidos, 4 Atlánticos

Fuente: infobae.com.

Los primeros 15 minutos de aquel duelo liguero entre el Sevilla y el Athletic de Bilbao (rivales directos por puestos UEFA) resultaron chocantes. Aquel 28 de febrero de 1993, gran parte del estadio pitó cada una de las intervenciones de su jugador estelar, Maradona. Después, lo entretenido del encuentro (3-1 para los andaluces) hizo que esa actitud se fuera diluyendo.

Al final del choque, el ‘Pibe de Oro’ declaró ante los micros: “No quiero que los sevillistas piensen que vine a robarles algo”. Y recordó, “hicimos 12.000 kilómetros para jugar con el Sevilla y encima nos silban. Espero seguir viviendo en Sevilla con la misma paz que hasta ahora”. Pero, ¿por qué el ídolo recibía sus primeras críticas?

Fuente: es.sports.yahoo.com.

El ‘10’ y su joven compañero y compatriota, un tal Diego Simeone, culminaban con aquel partido una loca odisea aérea y atlética que les llevó a cruzarse el Atlántico cuatro veces para jugar tres partidos de Liga y dos de selecciones embutidos en 14 días. Además, el segundo viaje para retornar a la Albiceleste no estaba consentido por el club, pero tampoco podía detenerles. El público sevillista la tomó solo con el Diego más veterano, quizá por considerarlo cabecilla y símbolo de aquello, y porque en ese lapso destacó más con la Selección.

Era inevitable que el organismo de aquel ‘Pelusa’ con ya muchos kilómetros notara tanto trote. Estos fueron los hitos:

– Domingo, 14 de febrero de 1993: Sevilla-Valencia en el Pizjuán (2-2), gran actuación maradoniana que incluyó sendas preciosas asistencias para el doblete de Davor Suker.

– Jueves, 18 de febrero: amistoso Argentina-Brasil en el Monumental de Buenos Aires. Fue el primer partido internacional del ‘10’ desde el Mundial ’90, es decir en dos años y medio.

– Domingo, 21 de febrero: Logroñés-Sevilla en el estadio riojano de Las Gaunas (2-0). Es la parte más fantástica de todo el macroviaje, porque los dos argentinos apenas pasaron 16 horas en suelo español. Aterrizaron en Madrid a las 6.00 del mismo día del encuentro, y una avioneta los llevó al encuentro en Logroño, que comenzó a las 17.00 horas. Aparte de la derrota, Maradona pasó desaprecibido.

– Miércoles, 24 de febrero: Argentina-Dinamarca en Mar del Plata por la Copa Artemio Franchi, una suerte de Copa Intercontinental de selecciones. Tras 1-1, prórroga y penaltis (120 minutos en vez de 90), el ‘10’ logró su segundo título internacional de mayores. Es de entender la celebración…

– Domingo, 28 de febrero: aquel Sevilla-Athletic. A partir de ahí, casualidad o no, el Diego sevillista, que ya estaba poniéndose a tono, se desplomó.

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Diego-Suker: breves chispazos de arte conjunto

Chispazos de felicidad. Fuente: 90s Football.

La única temporada sevillista de Diego Armando Maradona (92-93) quedó marcada por su convulso final, en el que el crack, por diversos motivos, solo participó en tres de los últimos diez partidos oficiales. La vuelta del ‘10’ a la Albiceleste (producto, claro, de su nivel recuperado) y las discrepancias que esto significó con la directiva hispalense terminaron pudriéndolo todo.

Pero eso aún no había sucedido aquel domingo, 14 de febrero de 1993, hoy hace 27 años: Sevilla-Valencia en el Sánchez-Pizjuán, duelo directísimo entre aspirantes a puestos europeos, en la 22ª jornada de las 38 del campeonato de Liga. El ‘10’ había recuperado un pulso al menos algo parecido al de Nápoles, y aquella velada además significó quizá el mejor ejemplo de lo que pudo haber sido la conexión Maradona-Suker, si la estancia del primero junto al Guadalquivir hubiera durado más.

El croata Suker, mucho más que un delantero efectivo, era otro poeta de la zurda, llegado de la Yugoslavia recién sumida en la guerra. Empezaba a despuntar en su segunda campaña en el Sevilla FC, pero venía de una pequeña crisis de rendimiento que le llevó a que el entrenador Carlos Bilardo lo castigara al banquillo o la grada durante algunos encuentros. Con la ayuda del ‘Pelusa’, aquella noche demostró cuánto merecía volver.

El encuentro terminó 2-2, pero con dos maravillas, dos golazos de fabuloso entendimiento entre los dos fenómenos hispalenses:

– El primero, minuto 27 (1-1): increíble globo maradoniano hacia el balcánico, por encima de toda la línea defensiva valencianista. El guardameta González, último hombre, corre a tratar de taponar a Suker, y este replica aprovechando el bote del balón para superarle con una perfecta vaselina desde la frontal del área (era maestro en la especialidad).

– El segundo, minuto 54 (2-1): enorme pase largo del ‘Pibe de Oro’ desde el centro del campo hacia el límite del área, donde Suker se va del central en magnífico control orientado -¡con el pecho!- para chutar bajo y que la pelota entre.

En este vídeo de skills dieguiles en Sevilla aparecen ambas combinaciones de asistencia+gol (minutos 3:35 y 5:47).

Maradona y Suker solo coincidieron 22 veces sobre el césped en partidos oficiales. Fueron pocas: había potencial telepático entre ellos para que el croata hubiera sido para Diego como el Careca del Napoli o el Caniggia de Argentina.

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Maradona, épico en la encerrona de San Mamés

Fuente: fcbarcelona.es.

Aquel 29 de enero de 1984, fecha número 21 de las 34 de Liga, era solo el cuarto partido de Maradona desde que Goikoetxea (Athletic de Bilbao) le reventara el tobillo a finales de septiembre anterior, y tras su acelerada recuperación. Aún falto de forma, el ‘10’ demostró que no se arrugaba: allí comparecería en ‘La Catedral’ de San Mamés, feudo de los bilbaínos, y con Goiko enfrente.

“Aquello está olvidado, y solo importa la victoria”, mintió Diego antes del choque. Había demasiadas cuentas pendientes. El Barça había pasado meses sin su estrella, y el mismo Schuster retornaba por primera vez al campo donde también cayó lesionado de gravedad a finales de 1981 (…por otro choque contra Goiko, aunque más fortuito).

¡El Athletic de Javier Clemente se sentía también perjudicado! Goiko y los suyos decían ser víctimas de una caza de brujas, clamando por que la ‘patada del siglo’ no fue con mala intención. Al propio agresor le cayeron siete partidos de sanción, que en principio iban a ser muchos más. El público que llenó el estadio hasta la bandera no dejaría de insultar a los culés e incluso lanzar objetos. Unamos todo a la lluvia y el fresquete normales en el invierno vasco, y a la situación clasificatoria (Athletic líder, Barça cuarto a 6 puntos), y el cóctel sabrá a heroico, fascinante.

Y Maradona no dio la cara y el resto del cuerpo. Ejerciendo esta vez más como ariete puro que como creador, se les escapó varias veces a sus marcadores, normalmente Núñez o Liceranzu. Se mostró enchufado e intenso, y logró los dos goles que les dieron la victoria a los catalanes (1-2).

En el primero (0-1, minuto 12), recibe un gran pase de Víctor, penetra en el área a gran velocidad, chuta, detiene el arquero Zubizarreta, se lleva el rebote a trompicones y marca. En el segundo (1-2, minuto 77), en un saque de esquina, su compañero Alexanco toca de testa y el ‘Pelusa’, mucho más bajo que todos los que le rodean, cabecea con fuerza desde el área chica. No era día de dejarse amedrentar. Y no se dejó.

Aquí, el resumen del encuentro:

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El hombre que anuló a Diego… sin palos

Diego y el marcador rojillo.

Era pronto, era demasiado pronto. Aquel 15 de enero de 1984 en Pamplona, nuestro Maradona solo cumplía el segundo partido tras superar la peor lesión de su carrera, la célebre fractura del maléolo producida por Goikoetxea. Había acortado los plazos de forma encomiable para retornar, pero lógicamente le faltaba ritmo.

El Barça de Menotti intentaba recobrar el pulso de la mano de la recuperación de su crack. No estaba tan lejos del líder, precisamente el Athletic de Goiko, solo tres puntos por delante en la era en que las victorias daban dos. Se acababa de inaugurar la segunda parte del campeonato, quedaba media Liga, pero era importante que Diego Armando jugara ya.

Sin embargo, aquella fría tarde de domingo supuso un paso atrás. Los culés visitaban a Osasuna, modesto que sin embargo les había batido en sus anteriores tres duelos en su campo de El Sadar. El Barça volvió a caer allí con estrépito (4-2, 3-0 en el minuto 20). Y, a pesar de que marcó los dos goles blaugranas (ambos de penalti), el astro argentino no brilló lo más mínimo. Sufrió un marcaje histórico por parte del anónimo Javier Castañeda. Salvo para disparar desde los once metros, Diego apenas tocó su querido balón.

Los dos protagonistas. Foto: es.slideshare.net

El central madrileño Castañeda, canterano merengue, llevaba en Osasuna desde 1980, y gobernaría la defensa rojilla hasta 1991, estableciéndose por entonces como osasunista con más partidos en Primera (348). Pero aquella fue su gran tarde de gloria individual, además con una deportividad exquisita.

Castañeda no cometió ninguna salvajada como Goikoetxea. Tampoco aplicó sobre el ‘10’ una sucesión impune de faltas, como cuando el marcaje de Gentile en España ’82. Ni le persiguió por los cuatro puntos cardinales, como el peruano Reyna haría en 1985. Simplemente, le ganó todos los duelos al crack, y sin violencia alguna.

Aunque partía en desventaja (le faltaba mucho entrenamiento tras la dolencia), Maradona lo destacaría siempre como uno de los mejores y más nobles marcajes que jamás sufrió. Al final del encuentro, aplaudió al rojillo: “Me ha ganado limpiamente la partida”.

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Postales napolitanas en Sevilla

El ’10’ del Guadalquivir. Foto: radiohuancavilca.com.ec.

El mejor Maradona hispalense se vio entre diciembre de 1992 y febrero de 1993. Ya había tenido tiempo de rodarse al menos algo, después de haberse perdido la pretemporada sevillista y el inicio de la campaña oficial. Fue la consecuencia del complicado traspaso del sur de Italia al sur de España. Además, venía de 15 meses sin jugar fútbol de verdad debido a su sanción de 1991. Pero, en diciembre, empezaba a asomar.

Y, si hubo un día en que los hinchas nervionenses llegaron a creer que el ‘10’ podía repetir en Sevilla sus hazañas napolitanas, fue otro 19 de diciembre como hoy: el de hace 27 años, cuando el Real Madrid visitó el Sánchez-Pizjuán, en la 15ª jornada de la Liga 92-93. El correoso conjunto entrenado por Bilardo se salió ante el sempiterno favorito de la Liga, y con un Diego estelar.

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El ‘Pelusa’ no entro muchísimo en contacto con el balón, pero cada vez que lo hizo el pulso colectivo se aceleró de emoción: filtró pases sublimes, realizó algún control orientado magnífico, protagonizó arrancadas que hicieron recordar a sus anteriores versiones… hizo dibujarse el temor en las caras de los contrarios.

Se le hizo algo largo el final (aún le faltaba algo de gasolina), pero comandó a un gran Sevilla que ganó por 2-0, dejando gran imagen y afianzándose en la zona UEFA, a solo dos puntos de los madridistas. Según dijo al final el fuera de serie, «saqué fuerzas de los estúpidos que me dieron por enterrado».

Con altibajos, Maradona siguió a aceptable o buen nivel en las siguientes semanas, lo que pudo significar su ‘muerte de éxito’ en el club. Pronto, en la segunda mitad de febrero, la Selección dirigida por el ‘Coco’ Basile reclamó sus servicios para un par de compromisos en Argentina, muy próximos entre sí: amistoso contra Brasil y duelo contra Dinamarca por la Copa Artemio Franchi (precedente de la actual Confederaciones).

La directiva hispalense no le dejaba ausentarse para los dos partidos, pero el ‘Pelusa’ no quiso faltarle a la celeste y blanca, cuya camiseta no vestía desde casi tres años antes. Así que, junto a su compañero Simeone, protagonizó un doble viaje de ida y vuelta a su país, en contra de las órdenes de los superiores. La relación entre club y jugador empezó a quebrarse ahí, y entre eso y algunas lesiones y sanciones inoportunas, el ‘10’ se desenganchó de un proyecto que había llegado a resultar ilusionante.

Pero quedémonos con el mejor Diego Armando a orillas del Guadalquivir. ¡Dentro vídeo!:

Algunos pasajes de aquel partido, en ‘Fiebre Maldini’.

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El superclásico de otro país

En su primera y hasta entonces única campaña en Boca Juniors (1981), Maradona había disfrutado de la enormidad que es el superclásico argentino contra River, en cuatro ocasiones nada menos. Y durante la concentración de la Albiceleste de cara al Mundial ’82, por fin el FC Barcelona (ese viejo pretendiente) lo presentó como flamante y multimillonario fichaje. Meses después, el sábado 27 de noviembre de 1982, el ‘Pibe de Oro’ debutó también en el partido de partidos de otro país: ¡Real Madrid-Barça, en el Santiago Bernabéu!

Aún no había catado el nuevo plato principal, pero él mismo avisaba en la previa: “Quien diga que es un partido más, está mintiendo”. Y no lo fue. Los blancos dirigidos por el mito Di Stéfano eran líderes de la Liga 82-83, que transitaba por su 13ª jornada (de 34), y los blaugranas se situaban cuatro puntos por detrás. Otra derrota podía ser complicada para los catalanes.

Después, el nocturno partido fue tan gélido (2 grados centígrados) y embarrado sobre el césped como absolutamente caliente en las gradas. La afición merengue cargó contra el enemigo máximo como siempre, pero su intensidad subió, incluso, tras un posible penalti ignorado por el árbitro en el minuto 2. Desde ahí, todo fueron cánticos, abucheos, insultos y presión.

Sin embargo, el Barça de Udo Lattek se impuso por 0-2, completando un gran encuentro táctico de contención y contragolpe, guiado por un Diego sublime en un puñado de acciones. Eso, a pesar del nefasto terreno de juego y de los entradones que recibió.

Como muestra, los dos goles barcelonistas –ambos a la contra- procedieron de sendos envíos en profundidad del ‘10’, para que anotasen ‘Boquerón’ Esteban y Quini, minutos 14 y 86. Pero además protagonizó un par de cabalgadas antológicas a través de la ciénaga, con otros dos servicios que no aprovechan ni Carrasco ni el propio Quini.

Ahora, ya sabían también en España de qué era capaz el sudamericano. El Real Madrid, particularmente, lo experimentará cuatro veces más aquella misma temporada. Lástima de contratiempos que minaron aquel bienio barcelonista del ‘10’…

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Jugar contra siete no es jugar

Diego Armando llevaba apenas un puñado de partidos en el Sevilla, que aspiraba a intentar revivir con el ‘10’ otra fábula sureña como la napolitana. No saldría así, pero aún tardaría en romperse el embrujo. A 22 de noviembre de 1992, la ilusión era máxima en la afición hispalense y en el propio jugador, que tras sus 15 meses de sanción por consumo de cocaína luchaba por resucitar una vez más, y acercarse a ser quien fue.

En esas, aquel domingo los andaluces que dirigía Bilardo visitaban al Celta de Vigo, recién ascendido que buscaba un futuro fijo en Primera. El gran poder de aquel Celta de Txetxu Rojo radicaba en no encajar y tratar de rentabilizar sus escasas dianas (terminaría la Liga como equipo menos goleador y segundo menos goleado). Por eso, sorprende el festivo 1-2 con el que se llegó al minuto 10.

Sí, primero Gudelj adelantó a los vigueses (1-0, minuto 4). A continuación, ‘D10s’ sacó brillo a la zurda mágica para marcar de tiro libre, el penúltimo de su carrera en partido oficial: desde la frontal del área, la coló  a media altura junto al poste derecho, inalcanzable para el meta Cañizares (1-1, minuto 6). Y unos 180 segundos más tarde, Bango cabeceó a la escuadra un córner botado por el propio Maradona (1-2).

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Pero la noticia no fue el primer gol ‘no de penalti’ del Diego sevillista, ni la primera falta certera desde la campaña 89-90, ni el primer triunfo como visitante del ‘Pelusa’ con su nueva casaca. La noticia fue el árbitro Díaz Vega, quien, quizá inspirado por el colorado de la camiseta visitante del Sevilla, disparó cuatro tarjetas rojas contra los gallegos en menos de media hora, algunas exageradas. Y el partido, claro, terminó siendo un sainete, siete contra once. ¡Todos expulsados locales!, imaginemos el humor del público…

Las víctimas, por orden, fueron Ratkovic (minuto 59, roja directa), Juric (minuto 74, segunda amarilla), Engonga (84, ídem) y Gudelj (88, roja directa). Valor no se le podía negar al colegiado, que tuvo que salir de Balaídos escoltado (como el autobús sevillista); pero acierto, sí.

Es el partido oficial maradoniano en el que menos jugadores contrarios terminan sobre el césped. Alguna amarilla vista por los guillotinados fue por protestar, y el ‘Pibe de Fiorito’ no pudo evitar solidarizarse con los rivales: “Los jugadores no pueden hablar, y eso se ha demostrado con las expulsiones de los chicos del Celta. Se sacan muchas tarjetas por hablar y muy pocas por dar patadas”.

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