Vuelo a Moscú sin ‘10’; se agota el ‘Grande Napoli’

El ‘Pibe de Oro’ jugó siete temporadas en Italia (84-85 a 90-91), en las que cambió la historia de su Napoli y de la Serie A misma, entonces la ‘liga de las estrellas’. Solo la última de esas siete le sobró, claramente.

Tras el Mundial ’90, Maradona había vuelto a regañadientes al precioso golfo napolitano: llevaba dos temporadas intentando que le traspasaran a un fútbol más sosegado, por ejemplo a Francia (Olympique de Marsella). Pero el club dirigido por Corrado Ferlaino se aferraba al contrato, que duraba hasta mediados de 1993.

En ese contexto, la depresión empezó a hacer verdadera mella en Diego Armando. Cada vez faltaba a más entrenamientos y hasta partidos sin explicación, cada vez se hablaba más en los medios de su mala vida nocturna, y de sus supuestos vínculos con la Camorra. El equipo se hundió en Liga, y solo un reto parecía motivar al Maradona 90-91: la Copa de Europa, que la que el Napoli participaba como vigente campeón italiano.

Los partenopeos habían superado la primera fase de la competición sin problemas ante el Ujpest Dozsa húngaro, con actuación estelar maradoniana, golazo de chilena inclusive. En octavos de final correspondió el Spartak de Moscú, y la ida en San Paolo terminó con un engañoso 0-0 (3-2 en tiros a la madera…).

Por tanto, el Napoli se jugaría su ser o no ser en el choque de vuelta, previsto para el miércoles, 7 de noviembre de 1990. El escenario, tan grandioso como gélido a estas alturas de año: el gigantesco Olímpico Lenin de la aún capital de la URSS, macroentidad a punto de disolverse. Pero la cornada con la que los sureños afrontaron el duelo cumbre sucedió antes, el lunes 5, hoy hace 29 años. El Napoli viajaba a destino con dos días de antelación, pero Maradona no acudió al aeropuerto.

Un ‘comité de crisis’, formado por el oscuro Luciano Moggi (director general del club) y varios amigos del ‘10’ en la plantilla, vuelve a la ciudad a tocar timbre de la mansión. Nada. Según algunas versiones periodísticas, seguía dormido tras una descomunal juerga. Moggi le dijo a la prensa que el representante de Maradona, Marcos Franchi, había respondido que el jugador no iba “porque no tenía ganas”.

Por tanto, el equipo voló sin él. Despierto y arrepentido, Maradona terminó viajando a Moscú en aerotaxi e incorporándose al equipo el martes 6. Se dio una vuelta por la Plaza Roja y pidió perdón. Como medida disciplinar ‘a medias’, el entrenador Albertino Bigon le dejó en el banquillo el miércoles 7, pero le dio entrada en el segundo tiempo de un choque que también acabó 0-0 e incluyó prórroga y penaltis. Diego marcó el suyo, pero pasaron los rusos.

Ya nada sería igual en Nápoles. Fuera de la Copa de Europa, peleado con una estrella en decadencia, ahí empezó a morir el ‘Grande Napoli’.

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14 partidos seguidos goleando

Normalmente, la función principal del número 10 de cualquier equipo no suele ser la de convertir goles, sino la de posibilitarlos. En Argentina, al mediapunta le llaman “enganche”: el que enlaza a medios y delanteros por la vía del balón. En Italia es un nombre hasta romántico: “fantasista”.

Sí, Maradona será el fantasista por antonomasia, regateador de leyenda y pasador sublime. Pero también marcaba muchos goles: 326 en partidos de competición oficial. Sumó siete títulos de máximo anotador en su trayectoria: cinco en torneos de Primera División en su país (todos con Argentinos Juniors) y otros dos en la temporada 87-88 con el Napoli italiano, cuando fue el capocannoniere tanto de la Serie A como de la Coppa Italia.

Además, en cuanto a rachas de festejos, su récord personal es de nada menos que 14 encuentros oficiales seguidos marcando al menos un gol, repartidas entre dos temporadas diferentes. Se produjo durante su preciosa época en el conjunto colorado, concretamente entre las últimas ocho jornadas del Campeonato Nacional de 1979 (el torneo que entonces cerraba el año futbolístico argentino) y las seis primeras del Campeonato Metropolitano de 1980 (el que lo abría).

En esos 14 choques, celebró 19 dianas. No está mal, para no tratarse de su misión prioritaria…

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El tiro libre que superó a la razón

¿Puede algún gol de la historia del fútbol competir con la cabalgada maradoniana ante los ingleses en México ’86? Quizá no, pero quizá sí. Aquí recordamos otro candidato muy distinto, y firmado por un tal… Maradona.

Hace 34 años (1985), un 3 de noviembre como hoy, aquel Napoli que contaba con el ‘Pibe de Oro’ por segundo curso se enfrentaba en San Paolo a la Juventus de Turín. Cada temporada, ese es el partido del año en el feudo partenopeo. La Juve es el rival más odiado en la capital del sur de Italia, a la par que tradicional ganador del Scudetto. Como muestra de por dónde volvían a ir los tiros, se cumplía la 9ª jornada de la Serie A 85-86, y la squadra bianconera había vencido sus ocho primeros compromisos…

El duelo se disputó en un estadio atestado y sobre un terreno de juego lamentable, convertido en marisma por las lluvias. No se podía aspirar a mucho más que brega y jugadores embarrados, hasta el minuto 72: Una obstrucción dentro del área juventina es castigada por el árbitro Redini con tiro libre indirecto y un poco escorado a la derecha, a poco más de 12 metros del arco.

La barrera, formada por seis turineses, está a unos cinco o seis metros de donde se coloca el balón (según la ley, deberían ser 9,15…). Junto al esférico, los napolitanos Pecci y Maradona; el primero, revelará el argentino, no quería dejarle chutar a puerta, ¡no había hueco ni distancia…!

El chut, en ‘La Domenica Sportiva’ (RAI) del día de autos.

Si no lo saben, ya se lo imaginan: música arbitral, dos blanquinegros se echan casi encima, toque corto de Pecci y caricia paranormal de la zurda mágica. El golpeo le imprime una rotación inexplicable a la pelota, que parece ir casi a cámara lenta: sube hasta superar la empalizada humana por poco, y cae con efecto (¿celestial o diabólico?) justo bajo el larguero del meta Tacconi. No es que vaya muy pegado a la escuadra, pero ni el portero ni nadie se lo esperaban: su estirada solo embellecerá la foto.

¡Pecci tenía razón, no había espacio para hacer aquello!, pero el ’10’ puso en entredicho los límites de la física. 1-0 para el Napoli, único tanto del partido, y primera victoria dieguil contra la Vecchia Signora (vendrían muchas más). Con ustedes, el más genial gol de falta de todos los tiempos.

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Para abrir boca en La Bombonera

Si no has estado allí, te invito a comprobarlo: La Bombonera impone hasta vacía. Una caja apretada y vertical que al equipo visitante no le puede inspirarle nada parecido a su dulce nombre. Cuando hay partido, acongoja hasta desde fuera: cualquier chut ligeramente desviado se traduce en un suspiro colectivo enorme, eléctrico, magnífico. Y no digamos un gol.

En porcentaje, son muy pocos los mortales que han jugado allí. Maradona lo hizo en 40 ocasiones (contando solo encuentros de competición oficial). En las seis primeras aún no era jugador de Boca, sino de Argentinos Juniors. Aunque solo cinco veces fue visitante: en otro de esos encuentros, el Bicho Colorado del barrio de La Paternal usó el templo auriazul como ‘casa’.

Siempre hay una primera vez. Y, si bien Diego Armando ya había pisado el verde del coloso de La Ribera con la Albiceleste, (en un par de amistosos), su verdadera puesta en escena inaugural en el estadio fue otro 2 de noviembre como hoy, el de 1977. Ese de hace 42 años fue un encuentro de Primera División y, por encima de todo, enfrente estaban Boca y su impresionante afición, los dueños.

Digamos que al mozalbete de Argentinos Juniors no se le dio mal: victoria colorada por 1-2 y ambos goles suyos, uno en jugada personal y otro de tiro libre. El pibe acababa de cumplir 17 años, y empezaba a sembrar entre la hinchada de Boca la pasión enfermiza con la que esta le idolatrarían a partir de 1981.

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Penalti y se acabó

Imagínense la presión, incluso para el mejor del planeta. Un 1 de noviembre como hoy, en 1981, el Monumental del Río de la Plata estaba a reventar para el inigualable y enésimo superclásico River-Boca, por el Campeonato Nacional argentino. Las piernas ya pesan mucho: pasan unos segundos sobre el minuto 90 de un partido disputado en un día porteño de calor y humedad. Pese a que Diego Armando ha marcado de falta, River va 2-1 arriba, y el reloj agoniza.

Entonces, al árbitro Nitti no se deja amedrentar por el volcán y señala  penalti a favor del visitante, cometido por el retornado Kempes sobre Brindisi. Lo clásico: unos casi celebran, otros protestan. Un muchacho de 21 años, de apellido Maradona –el lanzador de Boca, claro-, tiene tiempo de rumiar la trascendencia de su próximo tiro durante casi dos minutos que se hacen eternos, mientras el colegiado echa a todos del área.

Y además, Nitti hace algo no tan común. Primero habla con el portero Fillol, después con el ‘Pibe de Oro’ y, antes de pitar para que el ‘10’ lance, mira al resto y ejecuta un gesto de mímica inequívoca: en cuanto dispare, se acabó el encuentro. Ni un segundo más.

Maradona tiene delante al ‘1’ de la Selección campeona del mundo, uno de los parapenaltis por antonomasia del fútbol argentino, y sabe que caer derrotado o no en tierra hostil depende de su bota izquierda. Pero esa rara vez falla: engaña al arquero y le pega más fuerte de lo normal en él, estableciendo el 2-2 sobre la bocina.

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El ‘salvador de la patria’, capítulo I

Argentina se había metido en un buen lío, pero el 31 de octubre de 1993 empezó a desenredarlo. El famoso varapalo en casa ante Colombia (¡0-5!), sucedido el 5 de septiembre, había cerrado de forma traumática una de las liguillas sudamericanas de clasificación para el Mundial de Estados Unidos ’94. Como mal menor, la paliza condenó a la Albiceleste a una peligrosa e incómoda eliminatoria extra para tratar de subirse al último tren: Repesca intercontinental contra Australia, a ida y vuelta. Tal día como hoy, el primer asalto en Sidney, a 12.000 kilómetros de Buenos Aires.

Nuestro Diego Armando había acudido al Monumental de River cuando la paliza de los cafeteros, como un hincha más. Y, además de irónicos olés a las combinaciones colombianas, escuchó el clamor de la humillada multitud pidiendo su vuelta al fútbol (llevaba dos meses y medio sin practicarlo, tras su nefasto cierre a la etapa sevillista); y, más exactamente, al equipo de todos. El mito de México ’86 pervivía siete años después: nadie mejor que ‘Él’ para volver a encabezar una misión de alto riesgo.

A mediados de septiembre, Maradona volvió a los entrenamientos, fichando finalmente por Newell’s Old Boys de Rosario, donde su recibimiento fue apoteósico. Además de sumar sudores, libró y ganó su más espectacular batalla contra la báscula, perdiendo 10 kilos largos en cuestión de días. En cuanto a partidos, solo le dio tiempo a jugar un amistoso y un encuentro oficial. Enseguida, la Selección del ‘Coco’ Basile se lo llevó a Australia, para 13 días de concentración y luego, primera parte del duelo a cara de perro.

Al ’10’ le faltaban muchos kilómetros, pero su país le necesitaba. Capitaneó a la Selección en un partido trabado y de pocas oportunidades. Una de las escasas que generó la celeste y blanca, pero trascendente, llevó la firma maradoniana: balón peleado junto a la cal derecha, cambio de perfil y centro con la zurda mágica al corazón del área, para que el soberbio testarazo de Balbo hiciera el resto (0-1, minuto 36).

Solo 6 minutos más tarde, Australia logró el 1-1 definitivo, que dejaba la resolución entera para la vuelta de 17 días después en el Monumental. Será el capítulo II…

Hoy nació el ‘10’, hoy nos presentamos

Magia sobre el pasto. Foto: Album / picture alliance / Augenklick/Ra

Un día como hoy, el 30 de octubre de 1960, el Policlínico de Lanús (Gran Buenos Aires, Argentina) vio nacer a un niño más entre miles, el quinto hijo de una muy humilde familia. Pero aquel pequeño tenía el don celestial de tratar muy bien al balón, como dice Calamaro, en mitad de un país y un planeta locos por el fútbol. Y ese superpoder le hizo superar las inmensas limitaciones de su entorno (Villa Fiorito, una ‘villa miseria’ de la capital argentina) y trascender para siempre.

Comenzaba la mayor aventura futbolística jamás contada, la de Diego Armando Maradona. Se puede debatir sobre si fue o no el mejor de la historia del balompié, todo es opinable y pesan muchos factores. Pero cabe poca discusión acerca de su inigualada capacidad de domesticar a la pelota y dotarla de movimientos imposibles. Si sumamos eso a lo alto que llegó partiendo de tan abajo, a su carisma e incluso a sus contradicciones humanas, tenemos al ‘Pelusa’: un personaje digno de estudio, como nunca ha habido en el deporte.

Y hoy, otro 30 de octubre de 59 años después, salen a la luz esta web donde has ido a parar. Es uno de los vehículos para tratar de conducir una aventura diferente, pero relacionada: la creación de una enciclopedia sin precedentes, que desgrana palmo a palmo la carrera futbolística del ’10’ (1976-1997), desmenuzando cada uno de los 633 partidos de torneos oficiales que disputó con sus clubes y su Selección. De paso, la figura de Diego Armando es el pretexto para sobrevolar el fútbol argentino, europeo y mundial durante las tres fascinantes décadas por las que repartió proezas.

No hace falta que busquen: no hay nada igual sobre ningún deportista. La enciclopedia está escrita, se llama Maradona, obras completas, y reúne decenas de miles de datos, pero también ‘literatura’. Es decir, resúmenes de todos esos partidos, temporadas y campeonatos en que participó el también llamado ‘Pibe de Oro’. E, incluso, unas 180 biografías de otros futbolistas y entrenadores trascendentes de la época.

Mediante esta ventana online, iremos picoteando en goles, proezas, curiosidades y datos de la carrera maradoniana, extraídos de la propia enciclopedia: pequeñas muestras de todo lo que incluye. Y espero que os guste, y confío en vuestro apoyo, porque a la obra le falta existir en papel. Quiero darla a conocer entre gente que la valore y esté dispuesta a ayudar a su publicación, comprando previamente algún ejemplar o divulgando el proyecto entre conocidos a los que crea que puede interesarles.

Por eso, pronto lanzaremos una campaña de crowdfunding, para que quien quiera contribuir a esta iniciativa pueda hacerlo. Pero eso es el futuro, aunque sea inmediato. Por ahora, disfrutemos con retazos de lo que dio de sí la inigualable carrera del genio.

Y, claro… ¡feliz cumpleaños, ’10’!

César F.