El ‘10’ tiene heredero en casa

Sale el 10 de la tarde (Zola), entra Maradona. Foto: Forza Italian Football.

En la semana anterior al Napoli-Atalanta jugado hoy hace 30 años, los entrenamientos de Maradona se limitaron a tratamiento contra la lumbalgia. El ‘Pibe de Oro’ había vuelto a regañadientes (y tarde) a la disciplina partenopea, tras haber tratado de forzar su traspaso, sin éxito. Además, el Napoli era líder de aquella Serie A 89-90, pero defendía corona en la Copa de la UEFA, y tres días después le aguardaba una salida dificilísima a Bremen para tratar de remontar el 2-3 adverso de San Paolo.

Total, aquel domingo 3 de diciembre sucedió lo que no tantas veces antes: Diego pactó su suplencia con el entrenador, Albertino Bigon. En principio, si el partido liguero se ponía muy feo entraría en la segunda parte. El número 10 celeste sería para un desconocido sardo, un joven (pero no tan joven: 23 años) llamado Gianfranco Zola, fichado por los partenopeos meses antes procedente del anónimo Torres de Cerdeña (serie C1, Tercera División italiana…).

Zola le cayó simpático a Maradona desde el primer minuto. El crack le ‘adoptó’ y aconsejó sin reparos, facilitando el interestelar aterrizaje futbolístico del que estaba siendo protagonista el chaval. Por eso, el argentino fue el que más aplaudió la impresionante exhibición del isleño, en toda una presentación en sociedad.

El mediapunta, futuro mito del Calcio, fue el mejor de aquel triunfo ante el Atalanta (3-1), y coronó su actuación con un tercer tanto de bandera: quiebro en el área y derechazo con rosca a la escuadra contraria. En ‘míster’ Bigon quiso homenajear al hombre del partido, retirado entre vítores, y lo sustituyó por Maradona a 9 minutos del final. Es, de hecho, el encuentro oficial con menos minutos de acción disputado nunca por Diego.

La sonrisa del astro argentino lo decía todo cuando tomó el relevo de su amigo. Zola llevó el 10, jugó en posición de 10 y estuvo de 10, y después fue cambiado por el ‘10’. La prensa napolitana e italiana lo tenía fácil: no busquen más, ¡el nuevo Maradona ya está aquí, y curiosamente juega en el Napoli…!

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Y, de pronto, Newell’s terminó

Mago rojinegro. Foto: 90s Football.

No hay comparación posible. En ningún lugar dejó Diego Armando mayor huella que en Newell’s Old Boys de Rosario, al menos en proporción con respecto al poco tiempo que pasó siendo rojinegro.

Su trayectoria allí se limitó a unas pocas semanas entre septiembre de 1993 y enero de 1994. Pero entre su increíble puesta a punto tras largo parón (el ‘Pelusa’ recuperó un aspecto casi de adolescente), una larga concentración con la Selección y las lesiones, en cuatro meses y medio apenas pudo jugar con los ‘leprosos’ cinco partidos oficiales y dos amistosos. En cambio, ambas partes recuerdan la época como muy ilusionante. ¡Tan es así que una de las tribunas de El Coloso del Parque, estadio de Newell’s, lleva el nombre del crack…!

Aquella truncada aventura sufrió su herida de muerte tal día como hoy, en 1993. El equipo iba fatal en la clasificación, había cambiado de entrenador y el ‘10’ tenía que jugar sí o sí pese a los contratiempos musculares que arrastraba desde el doble duelo Argentina-Australia por la Repesca premundialista. Además, Newell’s había logrado aplazar un par de compromisos de aquel Torneo Apertura, lo que le había servido precisamente para poder contar con su nuevo capitán; ahora había que recuperarlos atropelladamente.

Así que Maradona se presenta a este Huracán-Newell’s del jueves, 2 de diciembre, tras haber disputado renqueante otros cuatro partidos –incluido uno con la Albiceleste- en los anteriores 15 días: ¡inaguantable…! Y lo que se podía temer, sucedió: poco después de la media hora de acción, el astro aceleró a por un balón y se desgarró el muslo izquierdo. Hubo de abandonar el partido.

En principio, se esperaba un mes de baja para el prócer. Inopinadamente, el calendario podía convertirse ahora en oportuno aliado: poco después del contratiempo, el Torneo Apertura preveía un raro parón hasta finales de febrero, que le venía muy bien a la recuperación de Diego. Pero fue su última aparición oficial en Newell’s, con el jugador minado por un cóctel de problemas físicos y anímicos.

Solo disputó ya con esa camiseta un amistoso contra el Vasco de Gama brasileño, en el que se resintió de otra lesión muscular distinta ¡mientras subía unos escalones para saltar al césped…! De común acuerdo, rescindió su contrato el 1 de febrero de 1994. Estaba deprimido, aunque la presencia a unos meses vista del Mundial de Estados Unidos funcionaría como acicate para su enésimo retorno.

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Jugando ante 120.000… o 1.335

El Camp Nou, coloso barcelonés.

A la pregunta que nos hacemos hoy no hemos encontrado realmente respuesta. De los 633 partidos dieguiles de competición oficial que desmenuza ‘Maradona, obras completas’, ¿cuál se disputó ante más personas, y cuál ante menos? Precisarlo es complicado o imposible, porque en la época de jugador del ‘10’ (sobre todo, en los 70 y primeros 80) rara vez se recogía la afluencia concreta en los medios, sino más bien la recaudación, que depende de más factores.

Más gente: sin embargo, sí podemos deducir dónde están los dos extremos. Empezando por el de arriba, el ‘Pibe de Oro’ disputó dos temporadas en el FC Barcelona, poseedor del mayor estadio de Europa, el Camp Nou: tras su remodelación de cara al Mundial de España ’82, cabían allí 120.000 espectadores… algunas decenas de miles más que en cualquier otro estadio argentino donde hubiera jugado hasta entonces.

Las crónicas hablan de lleno hasta la bandera tres veces en la campaña 82-83 (dos de Liga y una de Copa de la Liga, esta contra el Real Madrid), y otra en la 83-84 (contra el Athletic, cuando la patada de Goikoetxea…). Concedámosles a todas el empate.

Por otro lado, en Río de Janeiro está el inmenso Maracaná, donde en tiempos entraban hasta 200.000 personas. Y Maradona actuó allí varias veces, sí… Pero de estas sí hemos encontrado datos concretos, y la vez que más cerca estuvo dicha cancha de la marca barcelonesa acudieron 118.458 hinchas (Brasil-Argentina, Copa América 1979). Incluso, sus míticas apariciones en el estadio Azteca del Mundial de México ’86 se quedaron en unos 114.500 espectadores.

Menos gente: miremos ahora para abajo. Aunque siga siendo complicado poner la mano en el fuego, parece difícil que en algún partido oficial maradoniano asistiera menos gente que en su quinta comparecencia como profesional. Se juntaron allí dos equipos con no mucho tirón por entonces, que además ya tenían poco que hacer clasificatoriamente hablando. Y, sobre todo, actuó un Dieguito de 16 años, lejos aún de sus interplanetarias cotas de popularidad.

¡Lo hemos repasado aquí!: fue el San Lorenzo de Mar del Plata-Argentinos Juniors del 14-11-76, al que el diario La Capital de la localidad sí atribuye una cifra concreta: apenas 1.335 asistentes… Los presentes tuvieron, eso sí, la histórica fortuna de presenciar los dos primeros goles de la carrera del ’10’. Su fama se multiplicó enseguida; es complicado encontrar menos gente.

Diego, con el 15, en aquel encuentro poco concurrido. Foto: Diario ‘La Capital’ (Mar del Plata).

No obstante, hay otro de los 633 partidos con menos gente mirando al ‘10’, y sorprende por el colosal escenario. Pero tiene trampa.

El caprichoso sorteo emparejó en primera ronda a dos de los favoritos para ganar la Copa de Europa 87-88, el Real Madrid de Butragueño y el Napoli de Maradona. Pero los merengues arrastraban una sanción por incidentes producidos en un choque de la anterior edición del torneo, y el castigo fue que el grandioso Santiago Bernabéu acogiera el fabuloso duelo… ¡sin público!

Aquel 16 de septiembre de 1987 sí hubo medio centenar de personas contemplando el tétrico espectáculo, pero todos eran miembros de las dos delegaciones o personal de seguridad y organización.

Dos genios fallan tres penaltis

Los cracks de Huracán y Argentinos: Houseman y Maradona.

Aquel Huracán-Argentinos Juniors del Campeonato Nacional de 1977 fue un partido inusual, empezando porque se jugó en miércoles, por lo apretujado del calendario. Terminó en empate, hubo goles (2-2) y el Bicho colorado remontó en los últimos seis minutos, ¡cuando ya le habían expulsado a dos jugadores…! Pero, sobre todo, un hecho inusual: los dos genios de la cancha se combinaron para marrar tres penaltis.

Diego Armando falló uno para los forasteros, y los otros dos el artista Houseman (algo así como un ‘preMaradona’), que además era uno de los grandes ídolos del joven ‘10’. Desde que el argentino Martín Palermo desperdició él solito tres penas máximas en el mismo partido contra Colombia (Copa América 1999), toda comparación parece quedarse corta. ¡Pero lo de aquel choque entre el ‘Globo’ y el ‘Bicho’ tampoco es habitual!

Diego Armando, de 17 añitos recién cumplidos, había nacido como lanzador de ‘penales’ apenas una semana antes. El 23 de noviembre de 1977 marcó el primero de su vida en partidos oficiales, contra Unión de Santa Fe. El segundo también fue dentro, el domingo 27 ante Atlético Ledesma. Y en el tercer chut desde once metros de aquella tarde en El Palacio de Parque Patricios, sede de Huracán, el portero local Héctor ‘Chocolate’ Baley le detuvo el intento a los 16 minutos, aún con el 0-0.

Siguió el combate, con dos goles del ‘Loco’ Houseman que pusieron en ventaja a Huracán (minutos 25 y 35, 2-0). Pero aún restaban muchas emociones. Tras el descanso, Munutti, arquero de Argentinos, le paró el primer penalti al ídolo de Huracán (minuto 49). Jorge Orlando López descontó para la visita (84, 2-1). Houseman, que pudo haberse convertido en cuatrigoleador, mandó su segunda pena máxima al travesaño (85). Y a dos del final, Carlos Fren enchufó desde el área chica en un córner (2-2).

Solo cabe añadir: ¡viva el fútbol!

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17 duelos Boskov-Maradona

El gran Vujadin Boskov. Foto: calcio.fanpage.it

Era tan imprevisible, tan desequilibrante, tan condicionante… que todos los entrenadores que se enfrentaron a sus equipos compartieron una misma pregunta capital: ¿cómo parar a Maradona? A menudo, cambiaban incluso su forma habitual de defender solo porque enfrente estaba ‘Él’.

No era una tarea sencilla para los técnicos adversarios. Pero seguro que también se trataba de un reto y un honor para ellos enfrentarse al número uno. Y la pregunta que surge es, ¿quién se encontró más a menudo con esta preocupación?

La respuesta lleva el nombre de Vujadin Boskov, un mito de los banquillos y autor de frases mitificadas como “fútbol es fútbol”. 17 veces se midió al ‘Pibe de Oro’ en partidos oficiales, cuando entrenaba al Sporting de Gijón (4), al Ascoli (2) y, sobre todo, a su célebre Sampdoria de Génova (11). En estos dos últimos casos, compartió la era gloriosa del Calcio con el Napoli de Maradona, cuyo reinado terminó de derrumbar.

El serbio Boskov –por entonces, yugoslavo- fue primero un extremo derecho internacional. Y, desde antes incluso de quitarse las botas (porque comenzó como entrenador-jugador), no paró en una nutrida carrera de cuatro intensas décadas en los banquillos. Dirigió a equipos pequeños, medianos y grandes de ligas como la italiana, la española, la suiza o la neerlandesa, así como a la selección de su país. Y se ganó a la mayoría de sus entrenados como maestro de la motivación, e incluso con su capacidad de realizar entrenamientos amenos.

Conquistó títulos, como una Liga y dos Copas del Rey con el Real Madrid en sus tres campañas en la ‘Casa Blanca’ (1979-82), o una Copa de los Países Bajos con el ADO Den Haag. Pero su obra cumbre fue precisamente la Samp, todo un outsider venido a más y con mayor espíritu ofensivo que la mayor parte de los italianos. Allí ganó una Recopa (89-90), dos Coppas italianas (87-88 y 88-89) y, por encima de todo, el Scudetto 90-91, único de la historia de la entidad. Por eso, este recuerdo de la afición en un partido a domicilio al poco de su fallecimiento, en 2014:

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Por detrás de Boskov, figuran otros italianos –o que entrenaron en el bel paese-, como Luigi Radice (14 duelos contra Diego, cuando dirigía a Torino, Roma y Bologna); o Giovanni Trapattoni, Osvaldo Bagnoli y Sven-Goran Eriksson (12 cada uno). Los primeros argentinos de este ranking son Carlos Griguol, José Omar Pastoriza, Reynaldo Volken y Juan Carlos Lorenzo, con 10 por barba.

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La afición que animó a 12

Letras gigantes en La Bombonera.

El sagrado templo ‘xeneize’ se vistió de gala una vez más hoy hace 26 años, en 1993. A priori el cartel no decía mucho, o no mucho más que en cualquier otro partido en La Bombonera: 12ª fecha del Torneo Apertura (que constaba de 19), Boca Juniors (relativamente descolgado) contra Newell’s Old Boys (colista). Pero no, era día de doble escalofrío colectivo: el campeón mundial Menotti retornaba al banquillo auriazul. Y, sobre todo, en el bando contrario… ¡Maradona!

Casi 12 años más tarde, el ‘Pibe de Oro’ volvía a jugar un partido oficial en La Bombonera, por mucho que ya la hubiera pisado con el Sevilla poco más de un año antes. Fue un amistoso donde, por cierto, Maradona lució ambas camisetas, pero marcó con la de Boca…

Desde su retorno al campeonato de su país con Newell’s, en octubre de ese mismo 1993, Diego Armando salía a homenaje por comparecencia. Sus compatriotas llevaban sin verlo en el campeonato argentino desde 1981, y ya estaba considerado mito transversal, por encima de los colores de las aficiones. Sin embargo, las explosiones anteriores de júbilo colectivo empequeñecerían con respecto a la vuelta del hijo pródigo al templo ‘bostero’.

De hecho, Boca salta al césped un poco antes que el rival, como para dejar como plato fuerte la entrada de ‘D10s’ capitaneando al plantel visitante. Ya desde los minutos previos a su aparición, las ovaciones y cánticos situándole como objeto de culto son constantes en La Bombonera. Una bandera enorme, auriazul, se despliega en la tribuna de ‘La 12’ y la cubre casi por entero, con el nombre del ídolo estampado en letras gigantes.

Vestido de Newell’s, pero mito transversal.

El verde es un caos de cámaras, autoridades y hasta espontáneos, e incluso el pitido inicial se retrasa un poco ante tamaño desconcierto. El propio ‘Pelusa’ recibe un par de placas, tanto la institucional de su ex club como la de una representación de la hinchada. También se abraza con Menotti, ese viejo amigo-enemigo de los 70. Pero llega un momento que el ‘10’ parece aturdido, ya no sabe ni dónde ir entre el bullicio.

Por fin, el pasto se despeja de intrusos y empieza el fútbol. En realidad, el partido tiene muy poca historia: 2-0 claro para Boca, que lo hace mucho mejor que en apariciones anteriores (por algo cambió de técnico). El capitán de Newell’s sigue sin recuperarse de los problemas musculares que le aquejan desde la reciente Repesca premundialista contra Australia, y actúa “casi cojo”, revelará tras el choque. Solo deja destellos en mitad del gris oscuro general de su escuadra.

Eso sí, quizá como parte del homenaje… los jugadores de Boca no le hacen ni una sola falta, un respeto físico que rara vez (¿o nunca?) sintió ni sentirá en su carrera.

Prolegómenos y goles:

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La ‘Testa de Dios’

El Napoli 88-89 quería olvidar como fuera la anterior temporada. Solo meses antes, un Scudetto que parecía hecho se esfumó, incluido motín en el vestuario contra el entrenador Ottavio Bianchi, lo que significó la exclusión de la plantilla de varios pesos pesados: el portero Garella, el defensa Ferrario, el medio Bagni y el delantero Giordano. El verdugo casi definitivo fue el novedoso Milan de Arrigo Sacchi, Gullit y Van Basten, que dio la puntilla a los azules imponiéndose por 2-3 a tres jornadas del final. El público napolitano terminó aplaudiendo al rival…

Solo meses después de aquello, la Serie A 88-89 disputaba su 7ª jornada (de 34), de nuevo en San Paolo, y allí estaba el Milan otra vez. Había que vencer a la bestia para enterrar aquel trauma. Además, comparecía en el Golfo napolitano un conjunto rossonero sin varios titulares.

Fue un partidazo de los partenopeos (4-1), más contundentes que brillantes. Pero hasta el borde del descanso perduraba el 0-0 inicial, roto con uno de los más extraordinarios goles que marcó jamás Maradona: un cabezazo desde fuera del área para resolver un mano a mano con el portero de una manera que solo se le podía ocurrir al fuera de serie.

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En torno al minuto 42 de acción, en apenas segundos sucedieron muchas cosas que tratamos de resumir. El napolitano Crippa se hace con el balón cerca de la línea de medios, pero no le presionan, mientras la tácticamente entrenadísima línea defensiva milanista, como un único organismo, se adelanta al unísono para tratar de que alguien caiga en fuera de juego. Calcula mal, y Maradona arranca desde tres cuartos de cancha, cruzándose con los lombardos, mientras el cuero bombeado por Crippa vuela hacia él.

¡Diego Armando corre absolutamente solo hacia el portero Galli, y la bola que cae hacia allí! Hasta ahora, medio normal. A partir de ahora, lo extraordinario. El guardameta también sale precipitadamente del área grande, a tratar de despejar, y la pelota bota entre el cancerbero y el ‘10’, con efecto hacia atrás.

Contemplar el esférico rotando junto a los rizos termina de darle la idea a Maradona: le pega con el alma de cabeza, desde unos 20 metros de distancia, y la parábola supera a Galli. El astro cae al suelo junto al arquero, y los dos (y sus compañeros, y las 85.000 personas del estadio) se deleitan con la imagen casi a cámara lenta de un balón que entra botando a la puerta desguarnecida. “He notado el silencio de San Paolo”, dice ‘D10s’. Calma rota por los vítores.

¡Dentro vídeo! (minuto 1:15):

Aquel 4-1, en ‘Fiebre Maldini’

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El superclásico de otro país

En su primera y hasta entonces única campaña en Boca Juniors (1981), Maradona había disfrutado de la enormidad que es el superclásico argentino contra River, en cuatro ocasiones nada menos. Y durante la concentración de la Albiceleste de cara al Mundial ’82, por fin el FC Barcelona (ese viejo pretendiente) lo presentó como flamante y multimillonario fichaje. Meses después, el sábado 27 de noviembre de 1982, el ‘Pibe de Oro’ debutó también en el partido de partidos de otro país: ¡Real Madrid-Barça, en el Santiago Bernabéu!

Aún no había catado el nuevo plato principal, pero él mismo avisaba en la previa: “Quien diga que es un partido más, está mintiendo”. Y no lo fue. Los blancos dirigidos por el mito Di Stéfano eran líderes de la Liga 82-83, que transitaba por su 13ª jornada (de 34), y los blaugranas se situaban cuatro puntos por detrás. Otra derrota podía ser complicada para los catalanes.

Después, el nocturno partido fue tan gélido (2 grados centígrados) y embarrado sobre el césped como absolutamente caliente en las gradas. La afición merengue cargó contra el enemigo máximo como siempre, pero su intensidad subió, incluso, tras un posible penalti ignorado por el árbitro en el minuto 2. Desde ahí, todo fueron cánticos, abucheos, insultos y presión.

Sin embargo, el Barça de Udo Lattek se impuso por 0-2, completando un gran encuentro táctico de contención y contragolpe, guiado por un Diego sublime en un puñado de acciones. Eso, a pesar del nefasto terreno de juego y de los entradones que recibió.

Como muestra, los dos goles barcelonistas –ambos a la contra- procedieron de sendos envíos en profundidad del ‘10’, para que anotasen ‘Boquerón’ Esteban y Quini, minutos 14 y 86. Pero además protagonizó un par de cabalgadas antológicas a través de la ciénaga, con otros dos servicios que no aprovechan ni Carrasco ni el propio Quini.

Ahora, ya sabían también en España de qué era capaz el sudamericano. El Real Madrid, particularmente, lo experimentará cuatro veces más aquella misma temporada. Lástima de contratiempos que minaron aquel bienio barcelonista del ‘10’…

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‘D10s’ regresa al River-Boca

Enzo y Diego.

El superclásico del fútbol argentino recuperaba estandarte hoy hace 24 años, el 26 de noviembre de 1995. El último Maradona se batía en su última etapa profesional, de vuelta a Boca Juniors, con el reto de volver a hacerle campeón. Su único año anterior en Boca (1981) se saldó con un título Metropolitano –la liga de entonces- y cuatro Boca-River disputados, con cinco goles maradonianos. 14 años y 25 días después, volvía a jugar el partido de los partidos de su país.

Si Argentina entera se detiene a la hora del superclásico, qué decir de aquel choque de gigantes en el Monumental, correspondiente a la jornada número 16 (de 19 totales) del Torneo Apertura ‘95. Boca iba líder pero Vélez acechaba cerca; River no tenía ya nada que hacer, pero contaba con un equipazo (Francescoli, Ortega, Gallardo…) y ganas lógicas de que su enemigo máximo no triunfase.

Y por supuesto, Maradona. A la escuadra de los amores del ‘Pibe de Oro’ se le habían resistido mucho los títulos desde su marcha en 1982. Apenas estuvo un año en ‘La mitad más uno’, pero sus proezas técnicas, su identificación absoluta con la camiseta y la posterior escasez de alegrías en casa ‘bostera’ hacían recordar aquella temporada como un lejano paraíso. Había tenido a River enfrente otras dos veces, en sendos amistosos (en el 82 aún con Boca, en el 84 con el Napoli). Pero esto era otra cosa: el redentor había vuelto, incluido el guiño de su amarilla franja en el pelo.

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Y, por si fuera poco, el entrenador de enfrente se llamaba Ramón Díaz. Retirado como futbolista meses antes en Japón, el ex amigo juvenil del crack ya se había hecho con el timón del banquillo ‘millonario’, un barco al que llevaría muy lejos. Hacía años que no se hablaba con Diego Armando, al que acusaba de haber vetado de la Selección (el ‘10’ siempre lo negó).

Y, por si no bastase aún, los malditos rumores. Días antes del duelo, Maradona había tenido que desmentir con fiereza que hubiera dado positivo en otro control antidoping. Era falso pero, medio deprimido y medio iracundo, desapareció durante un tiempo de la vida pública, sin mucha explicación. Volvió, eso sí, para el partidazo: era el capitán, no podía faltar.

¿El fútbol en sí? Muy poquito (0-0). Como pasa a menudo, las expectativas sepultaron un mano a mano cargado de prudencia y nervios. Diego le puso ganas y gotas de calidad, e intentó decidir, pero no lo consiguió. Vélez se colocó a dos puntos de los ‘xeneizes’. El título del retorno maradoniano parecía hecho, pero la realidad empezaba a torcerse.

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La paradoja de Ottavio Bianchi

Ottavio Bianchi. Foto: rivistalaroma.it.

Entrenador y estrella chocan a menudo, y más cuando hay personalidades fuertes de por medio: ¿alguien duda de que la de Maradona lo es?

El ‘10’ tuvo 20 técnicos en su larga carrera, incluso menos porque tres de ellos fueron meramente circunstanciales. Y con unos cuantos, el crack se enemistó alguna vez. Fue una pelea literal con Bilardo en el Sevilla; tuvo sus más y sus menos con Menotti en la Selección, sobre todo cuando le excluyó del Mundial ’78; qué decir de su gresca continua con el estricto Udo Lattek en el Barça; con Marzolini, en Boca, tampoco hubo feeling perfecto…

Pero, cada vez que a Diego le preguntan por el peor entrenador de su vida como futbolista, sobresale un nombre: Ottavio Bianchi, en el Napoli. En una entrevista para la revista argentina El Gráfico, en 2007, respondía concretamente esto del bresciano: “No sa­bía na­da y te­nía un equi­pa­zo. Era una co­sa la­men­ta­ble”.

El ‘míster’ bresciano, poco dado a la sonrisa y al halago fácil, en general no era muy querido por la volcánica plantilla partenopea. La paradoja es que, con Bianchi en el banquillo napolitano (1985-89), Maradona logró los mejores éxitos de clubes de su vida deportiva: el primer Scudetto de la entidad (86-87), una Coppa Italia (el mismo 86-87) y la Copa de la UEFA (88-89).

Pero por otro lado, Bianchi puede presumir de que fue quien más veces tuvo la ocasión de dirigir al genio: 161 partidos oficiales, todos con el Napoli. Los siguientes vienen lejos: son Carlos Bilardo, el único que ha dirigido a Diego en tres ámbitos diferentes (la Selección, Sevilla y Boca), con 73 encuentros de competición oficial; y Albertino Bigon, el otro ‘napolitano’ (62).

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